sábado, 2 de enero de 2010

Navidad y fin de año: fiesta de vida, riesgo de muerte


Material aportado por el Teólogo Uruguayo Julio Vallarino Cruz

Blog de Xavier Pikaza, 30.12.09

El 26 de Diciembre del 2005 publiqué en Eclesialia una reflexión, recogida también Atrio (http://www.atrio.org/?author=13), con el título Nacimiento, Mala Noticia para los Opresores. Han pasado desde entonces cuatro años, pero algunas cosas que entonces decía me siguen pareciendo pertinentes y así la renuevo y publico en este fin de año del 2009, como reflexión teológica. Sin duda, la Navidad es una Buena Noticia para el conjunto de la humanidad, es la noticia que la Iglesia Cristiana repite cada año por estas fechas. Pero en el Evangelio la buena noticia o Bienaventuranza de la Navidad va seguida por la mala noticia (Lc 6, 20-24).
¡Felices vosotros, los pobres...!
¡Ay de vosotros, los ricos, los ahora saciados!

Por eso es necesario repetir también en este tiempo que la Navidad es buena noticia para los pobres, aunque estos días sean para ellos especialmente tristes, porque ven el gran despilfarro de la sociedad de consumo… Ellos, los pobres (con los pastores de Belén y los exilados que huyen a Egipto) son los únicos que pueden entender la Navidad y esperar en la promesa de vida que ella ofrece.Para ellos el Fin de Año (¡fiesta por excelencia del consumo!) puede entenderse como promesa de un Año Nuevo abierto a la esperanza de la Vida que es Dios (que es la justicia, que es el pan, que es trabajo compartido y la fraternidad)
Es necesario decir, estos días, que la riqueza de la Navidad domesticada por la sociedad de consumo lleva a la muerte. En esa línea, muchos piensan que la misma Navidad (con sus grandes valores de ilusión, de reunión familiar, de noche de esperanza) se ha convertido en fiesta de muerte (expandida, sobre todo en la noche del fin de año). Hace falta que venga un profeta como Juan Bautista y nos diga que esta celebración de la Navidad puede ser anti-cristiana:

¡Hay de vosotros… hay de nosotros...
si no dejamos que la paz se extienda sobre el mundo,
si matamos la vida que nace,impidiendo el gozo de los pobres,
si dedicamos nuestra vida a condenar a los demás,
olvidando a los pobres, creando miseris!
¡Hay de nosotros si, en vez de Nacimiento,
celebramos en estos días Muerte!

Desde ese fondo de bienaventuranza de la Navidad (y de rechazo de aquello que es muerte), como reflexión de Fin de Año 2009, quiero exponer algunos rasgos de la Navidad, presentando a Jesús como el Hijo de María Virgen, en un contexto de gratuidad y de comunión con los más pobres del mundo. Por eso, la mejor Buena Noticia de la Historia humana (¡ha nacido Dios!) puede volverse y se vuelve mala noticia para aquellos que no quieren que Dios nazca y crezca en nuestra historia.

1. Navidad, nacido de María Virgen, nacido entre los pobres.

El credo de la iglesia afirma que Jesús nació de la virgen María (cf. Lc 1, 26-38 y Mt 1,18-25). Esta afirmación, que algunos han interpretado como puro mito de evasión, constituye uno de los signos privilegiados de la irrupción salvadora de Dios en la historia. Algunos teólogos muy reconocidos han pensado que el tema de la nacimiento virginal de Jesús (que sería de origen pagano) se encuentra, por su contenido, en una contradicción insoluble con la fe en la encarnación del Hijo (que sería origen cristiano), de manera que los relatos de Jn 1, 1-8 (encarnación) y los de Mt 1 y Lc 1 (nacimiento virginal) no podrían compaginarse.

En contra de eso, hay que afirmar que preexistencia y concepción por el Espíritu son símbolos (¡no conceptos!) y que sirven para destacar el único misterio de la presencia de Dios desde perspectivas distintas: la preexistencia acentúa el hecho de que Cristo brota de la eternidad de Dios, naciendo en el tiempo; la concepción y nacimiento virginal muestran que el Cristo nace de la historia (de María), proviniendo del misterio generante del Espíritu divino. Ambos símbolos se implican y completan: precisamente porque nace sobre el mundo siendo preexistente, el Hijo de Dios rompe, desborda, el plano puramente cósmico del nacimiento; como representante y principio de la humanidad reconciliada, Jesús nace desde Dios, por el Espíritu Santo.

Jesús nace de “María Virgen”, la pobre entre los pobres según Lc 1, 57-66. Virginidad significa en este contexto “pobreza”, según la perspectiva constante del Antiguo Testamento. Más que un tipo de “pureza sexual sagrada” indica la fragilidad de una vida amenazada, entre los pobres y expulsados del mundo, entre los eunucos, los perseguidos, los condenados, como sabe y dice el libro de la Sabiduría (Cf. Sab 3, 13-15; 4, 1-6).

2. Jesús, el nacimiento de Dios.
Todo nacimiento es un nuevo comienzo. Allí donde todo termina (el año acaba, los hombres se destruyen unos a los otros…), Dios, que ofrece a los hombres la oportunidad de comenzar una existencia nueva, no desde el pecado y la violencia que parecen dominar toda la tierra, sino desde el mismo despliegue de su Vida. Así lo ha querido destacar el evangelio de Juan, lo mismo que los grandes himnos y testimonios de la teología paulina (cf. Flp 2, 6-11; 1 Cor 15, 42-43; Rom 5, 12-21).

Desde ese fondo la iglesia ha visto a María, grávida de Dios, como signo de maternidad virginal, como presencia del poder de Dios que engendra y suscita la Vida en Amor, venciendo al Dragón o serpiente venenosa de la muerte, en un mundo amenazado por la prepotencia humana. Ésta es una forma simbólica de expresar una experiencia que está en el fondo de los textos israelitas del Emmanuel (¡una doncella concebirá!: Is 7, 14) y de los grandes símbolos de la mujer del Apocalipsis (Ap 12, 1-4).

En ese sentido, el nacimiento virginal de Jesús expresa la fuerza creadora de la Vida de Dios que se introduce en la misma vida humana. Jesús cumple así lo que parecía imposible: nace como hombre, en plena y total humanidad, dentro de la más dura violencia de la historia (en un mundo convulso, condenado a muerte), naciendo del amor de Dios, en manos del amor humano. Este nacimiento de Jesús nos ante un nuevo y más alto umbral de realidad.

En me¬dio de una humanidad que parece condenada a destruirlo todo y destruirse en claves de violencia y pecado, de sistema imperial y exclusión de los pobres, nace Jesús, que es el signo de la fuerza de Dios, como sabe el Libro del Emmanuel, que los cristianos han aplicado a su nacimiento. Siendo un débil niño, Jesús es el príncipe de la paz (Is 9, 6), de tal manera que cuando su palabras se expanda por el mundo y todos puedan nacer como él, «habitarán juntos el lobo y el cordero» (Is 11, 6).
3. Fe y amor de madre. Una presencia de padre
Los relatos de la infancia de Jesús afirman que María, su madre, concibió por obra del Espíritu Santo. Esa afirmación no puede tomarse en un sentido pura¬mente biológico, pues entendida así la virginidad sería espiritualismo vacío: nacer sólo de mujer es menos perfecto que nacer del encuentro de un hombre y una mujer que se aman y amando hacen posible el despliegue de la vida de Dios. No es que en el nacimiento de Jesús falte varón: lo que falta es un varón patriarcalista y dominador que entiende el despliegue de la vida como una continuación de su dominio sobre los demás.

En el fondo de los relatos del nacimiento de Jesús se va mostrando, al lado de María, su madre, la presencia de un varón creyente (José), que escucha la voz de la Vida de Dios y que se pone a su servicio. Sólo el diálogo personal de María con la Palabra de Dios hace que ella sea virgen madre de la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1, 14). Sólo el diálogo con Dios, es decir, el amor gratuito, al servicio de la gracia de la vida, hace a José virgen padre. Esta “conversión paterna de José”, que el evangelio de Mateo ha desarrollado de un modo especial (Mt 1, 18-25) expresa el milagro de la navidad.

María. Al escuchar a Dios y al pre¬sentarse como Sierva del Señor, para volverse templo de su Espíritu (cf. Lc 1, 35. 38), María empieza a ser la virgen cristiana por la mente (por el corazón), en gesto de afirmación personal en que se in¬cluye el mismo «vientre»; ella es virgen por ser madre que cree y que ofrece a Jesús una vida abierta al amor que se expresa en la solidaridad con los pobres.

José. En la línea anterior, la iglesia ha logrado vincular la fiesta del nacimiento de Jesús con el signo de la Madre de Dios, la “pobre creyente” que es capaz de ponerse al servicio de la Vida. Pero esa misma iglesia, al menos por ahora, no ha logrado integrar el sentido y figura de José, padre virginal, quizá porque la figura de los padres varones sigue estando mucho más vinculada a la violencia de la historia, que Jesús ha venido a superar. Pues bien, sin esta “conversión navideña” de los hombres (representados por José), la Navidad nunca será completa.

4. Nacimiento e historia y conversión de Dios
Jesús no se define sólo por su referencia al padre José, como judío, representante de la ley y del mesianismo de este mundo, que le habría ence¬rrado en la cadena de generaciones siempre repetidas de Israel (cf. Hebr 9), sino que ha superado ese nivel, para situarnos allí donde la vida se abre hacia todos los hombres, en pero que empieza desde los más pobres. En ese sentido no podemos llamarle, por ahora, sin más Yoshua ben Yosef (hijo de José), porque el viejo signo de José, hijo de David (cf. Mt 1, 20) sigue demasiado vinculado al mesianismo de los triunfadores.

Por otra parte, el nacimiento virginal de Jesús ha de entenderse como encarnación plena del Hijo del Dios creador, en una línea abierta a todos los hombres, pues, como sabe Jn 1, 12-13, todos y cada uno de los creyentes nacen de Dios, superando el nivel de la pura carne y sangre, de la voluntad de poder del varón y de la ley del mundo. Todo nacimiento humano es (ha de ser) en esa línea un nacimiento virginal: Dios mismo nace en cada ser humano, de manera que, si se quiere utilizar ese lenguaje, todos los padres y madres que engendran y acogen la vida en amor son vírgenes.
En ese sentido hablamos de la conversión de Dios, que parecía un Señor de la Ira y la prepotencia (ciertos rasgos del Yahvé de Israel y el Dios de la filosofía occidental), para venir a presentarse como principio de vida y de amor, en la Navidad. Más importante que la “conversión” de María y de José es, en el fondo, esta conversión de Dios, a quien ahora podemos conocer plenamente por Jesús. Por eso, a final de su “relato especial” de la Navidad, el evangelio de Juan nos dice que a Dios no le conocíamos, sólo ahora, por Jesús, podemos conocerle (Jn 1, 18), como Dios de vida

5. Navidad y superación de la injusticia.

Parece que la ley de evolución de los vivientes hace triunfar a las especies que mejor se adaptan, imponiéndose por encima de las otras. También la historia humana se vincula a la victoria de los fuertes, de manera que nacen y se desarrollan los que mejor luchan y vencen en la guerra de la historia. Algo de eso había presentido una tradición cristiana que interpretaba todo nacimiento como expresión de violencia carnal y pecado, pues «el mayor pecado del hombre es haber nacido» (así pueden afirmar San Agustín y Calderón de la Barca, los gnósticos antiguos y muchos budistas).
Pues bien, en contra de eso, la concepción y nacimiento de Jesús nos sitúan en el lugar de la gran inversión de la historia: allí donde la vida se concibe y expande en gratuidad de amor, no en deseo violador. Los cristianos que, de un modo o de otro, han entendido la concepción y nacimiento en línea de pecado siguen en la línea del dualismo apocalíptico, donde todo nacimiento es violación diabólica (como supone la tradición de Henoc).

Ciertamente, la iglesia sabe que Jesús no ha nacido por violación, sino por presencia amorosa del Espíritu de Dios, de tal manera que, como dice su madre en el Magnificat, él ha de abrir un espacio y camino de vida para los pequeños y los pobres, los hambrientos, derrotados y aplastados de la historia (cf. Lc 1, 46-55); con ellos nace, a favor de ellos quiere vivir, para que todo nacimiento humano sea nacimiento desde Dios.

Jesús nace con los exilados de la historia, como sigue sabiendo el relato de Mt 2, 13-15, cuando añade que José tuvo que refugiarse en Egipto, con María y el niño, para liberarse y librarles de la política oficial de los que sienten amenazado su trono cuando nace el verdadero rey, es decir, cuando los hombres empiezan a vivir como libres. La primera Navidad fue mala noticia para Herodes y los prepotentes del mundo (Mt 2); mala noticia para los “instalados” de Belén, que no le recibieron. Por eso, él, Jesús, con José y María, celebró su Navidad entre los expulsados (pastores) y entre los perseguidos (huyendo a Egipto)

6. Navidad, una mala nueva para los opresores.

Nació Jesús de la gracia de Dios y de la gracia de María su madre (de sus padres), para que todos los hombres y mujeres de este mundo puedan nacen en un mundo de paz, abiertos al amor y al despliegue generoso de la Vida. Así lo puso de relieve H. Arendt, superviviente del holocausto nazi, pues sabía que sólo si aprendemos a nacer de un modo distinto, no para la seguridad y consumo del sistema homicida (Herodes), seremos capaces de sobrevivir, pues de lo contrario moriremos todos en los campos de concentración de los nuevos sistemas, que sólo nos dejan nacer como esclavos al servicio de su consumo. Este es el evangelio del nacimiento del Hijo de Dios, que Lc 2, 8-14 ha proclamado con palabras que evocan y superan el nacimiento de los emperadores del viejo mundo que se empeña en engañarse y matarse.
Mirada de esa forma, la celebración de la Navidad, fiesta de padre y niños que engendran y nacen en amor, puede y debe convertirse en mala noticia para los representantes del sistema que, hoy como antaño, no quieren que nazca Moisés (Ex 2, 1-8), ni que nazca Jesús (Mt 2). Por eso, el Libro del Emmanuel, que ha servido a la iglesia para entender el nacimiento de Jesús, se dice no sólo que ha nacido el Príncipe de la paz (Is 9, 5), sino que él ha roto la vara del opresor, el yugo de su carga (Is 9, 3). Como suele suceder con frecuencia, los opresores de este mundo quieren adueñarse de la Navidad, convirtiéndola en un momento más de su gran feria de opresiones, al servicio de su consumo.

7. La peor Navidad, una sociedad de consumo

Lo peor que se puede hacer con la Navidad no es dejar de creer en Dios, sino dejar de creer en el camino de la Vida, desde los más pobres, desde los expulsados… Lo peros es convertir la Navidad en una fiesta de la sociedad de consumo, al servicio de los ricos, para envidia de los pobres.

La Sociedad de Consumo (nuestro dios) ha destruido casi la Navidad Cristiana, convirtiéndola en fiesta de la apariencia rica, de la búsqueda de riqueza a costa de los demás, del gran consumo. Pero el Dios que nace en Jesús, entre los pobres, es más fuerte que el gran consumo.
El Dios que nace en Jesús y en cada niño abierto al amor es más fuerte que todas las violencias de la historia humana. Por eso, la navidad puede y debe convertirse en mala noticia para los que se valen de todos los medios, incluso de los religiosos, para oprimir a los pobres.

Sólo en esa línea puede ser fiesta de Familia Humana, de la gran familia de los hijos de Dios que Jesús vino precisamente a reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo (Jn 11, 52).
En ese sentido he querido decir que la Navidad es buena noticia para los pobres, a pesar de que ahora, en este momento, ellos sufran la Navidad como un asalto más de la sociedad de consumo… Ellos sufren estos días, viendo el gran despilfarro, pero pueden esperar, porque saben que Jesús está con ellos, de manera que tienen un futuro.

En ese sentido he querido decir que la Navidad es mala noticia para los ricos, pues su tiempo acaba y su camino llena a la muerte no a la vida.


Movimiento Teologìas de la Liberaciòn Chile

Movimiento Tambièn Somos Iglesia Chile


Navidad y Fin de Año: Fiesta de Vida, Riesgo de Muerte. Xavier Pikaza

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