domingo, 21 de marzo de 2010

Un sendero de esperanza


Por Susana Merino.
Buenos Aires.

Pequeñas luces, tímidas algunas un poco más audaces otras pero todavía dispersas comienzan a despejar el camino de las sombras y aunque todavía no logremos vislumbrar el horizonte, no debemos olvidar que es precisamente en las proximidades de la aurora cuando las tinieblas de la noche se vuelven más profundas.

Estamos transitando un período difícil y lleno de contradicciones. Por un lado los vertiginosos avances tecnológicos que nos llenan de omnipotencia y por otro la impotencia que nos producen la proliferación de las guerras, la profundización de las injusticias socio-económicas, la irresponsable destrucción de nuestro hermoso planeta azul…

Nos sentimos inmersos en un enorme caos, global, planetario que pareciera no tener fin o que en todo caso nos está conduciendo a un destino de aniquilamiento final sin retorno y sin embargo surgen voces, iniciativas, ideas, proyectos que como augura Edgar Morin configuran “un punto de partida de comienzos modestos, invisibles, marginales, dispersos” pero que ya existen como un “hervidero creativo” que comienza a manifestarse en las distintas esferas del quehacer humano y en las más imprevistas geografías de los cinco continentes.

Son miradas y actitudes sin duda esperanzadas que buscan allanar el camino que nos conduzca a una transformación profunda, a eso que también Morin llama una todavía “invisible e inconcebible metamorfosis” porque como reflexiona Eloy Roy aunque “enormes meteoritos choquen con la Tierra, matando dinosaurios siempre sobrevivirán bacterias para recomenzarlo todo de nuevo (…) aunque sea en una dirección distinta y con formas diferentes a lo que anteriormente existía.

Es así como apareció nuestra especie como un accidente o una sorpresa de la vida” Y es en ese caos, en esas incomprensibles incoherencias en que nos sentimos inmersos y acuciados por el temor y la incertidumbre que generan los reiterados golpes que nos agobian donde residen las fuerzas, aunque presentidas, en su capacidad y magnitud todavía desconocidas, desde donde podrá renacer, tal vez sin prisa pero también sin pausa, el ave fénix de nuestra humanidad.

Existen muchos signos capaces de alentar esa utopía. Hace alrededor de cuarenta años el Club de Roma alertaba ya sobre “Los límites del crecimiento” seguidos de la Conferencia de Estocolmo y posteriormente de la de Río. Fueron aparentemente clamores en el desierto y las pretendidas teorías del desarrollo infinito siguieron enseñoreándose del planeta. Y siguen todavía…

Sin embargo hace apenas un poco más de diez años comenzaron y más específicamente desde las manifestaciones convocadas por sindicatos, ecologistas y organizaciones populares que hicieron fracasar la Ronda del Milenio de la OMC, en Seattle, las movilizaciones tendientes a frenar desde diferentes ángulos el avance de las políticas de concentración monopólica y de apropiación destructiva de la naturaleza para beneficio de unos pocos.

Estos movimientos se basan en una creciente toma de conciencia de la sociedad y en el ejercicio de un protagonismo que aunque lentamente comienza a dar sus frutos. La ciudad de Esquel, en la provincia de Neuquén por ejemplo, está festejando, en estos días, siete años desde el momento en que los vecinos, luego de movilizar a toda la ciudad lograron con un plebiscito bloquear el proyecto minero de la multinacional Meridian Gold cuyas actividades extractivas vaticinaban destruir montañas y suelos, contaminar el ambiente y despilfarrar excepcionales cantidades de agua.

A partir de esa experiencia siete provincias argentinas han logrado que se sancionen leyes que prohíben esta clase de explotaciones mineras. Y en este tipo ya son más de 100 las asambleas de comunidades de todo el país organizadas por fuera de la política convencional, en las que los ciudadanos hacen la verdadera política, manifestaciones que se mantienen “invisibles” para los grandes medios pero que van socavando silenciosamente las todavía imperiosas y aparentemente inamovibles leyes del mercado.

Dice Leonardo Boff que “lo que está hoy en juego es la totalidad del destino humano y el futuro de la biósfera” y que hay que cambiar “hábitos científicos consagrados y toda una visión del mundo”. Porque en general todo se resuelve desde restringidos puntos de vista sectoriales y fragmentarios que ignoran la totalidad, de modo que urge integrar las diferentes visiones en una sola pregunta ¿Qué destino queremos para nuestra Casa Común?

Pero esa urgencia no implica ignorar que llevará aún tiempo desarrollar capacidades diferentes, “sumar, interactuar, unir, repensar, rehacer lo que fue deshecho e innovar”, agrega Boff lo que de algún modo significa reconocer que existen esas posibilidades, esas iniciativas y que poco a poco irán emergiendo nuevas propuestas, adquiriendo fuerza, encontrando renovados instrumentos para ayudar a transformar lo que parece la autodestrucción final en una auto-reconstruccción, en esa metamorfosis que menciona Morin y que según sus propias palabras se define como “una organización fisicoquímica, que, llegando a su punto de saturación, crea la méta-organización viva, que aunque incluya los mismos componentes fisicoquímicos, produce nuevas cualidades…”

Una visión desde luego entrañablemente esperanzadora y positiva que arraiga sin duda en una visión cristiana de la vida y del universo, creados no para la aniquilación y el exterminio a que a veces nos sentimos condenados los seres humanos sino para la vida y vida en abundancia como nos ofrece el Creador en un universo pletórico de riquezas naturales que los seres humanos nos estamos empeñando sistemáticamente en destruir y que debemos esmerarnos en comprender y en recuperar si creemos y queremos que ese camino de esperanza, de imaginaria metamorfosis de Morin se transforme en realidad en el futuro.+ (PE)

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Fuente:
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4379
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