domingo, 21 de noviembre de 2010

La Conferencia boliviana de obispos y el juego de las apariencias.


Por Alejandro Dausá.

Bolivia.

La nonagésima reunión ordinaria de la Conferencia Episcopal de Bolivia (CEB) desató una curiosa dinámica de fingimientos.

En su discurso inaugural, el Nuncio Diquattro argumentó como si la jerarquía de la iglesia católica (JIC) respetara los espacios propios de la sociedad civil y el Estado (la reciente visita del Papa a España demuestra exactamente lo contrario).

En el suyo, y también en una atropellada aclaración posterior, el vicepresidente de la CEB, obispo Jesús Pérez, habló como si se hubiera dirigido exclusivamente a los obispos de Bolivia, es decir, como si no supiera que su presentación se multiplicaría en numerosos medios de prensa.

A su vez, el empresariado de la información y un sinfín de analistas actuaron como si les conmovieran y les interesaran sinceramente los análisis y recomendaciones de los prelados.

Por su parte, algunos funcionarios y autoridades de gobierno se expresaron como si no fuera más que evidente que la JIC desarrolla actividades políticas hace muchos siglos, aquí y en cualquier rincón del orbe (esto es, como si alguna institución de este planeta pudiera escapar al ámbito de la política); notablemente tosca la afirmación, cuando en el país la Iglesia Católica controla o administra instancias de producción y reproducción ideológica por excelencia, como escuelas, universidades, medios de comunicación, etc.

Resultó por demás pintoresca la sugerencia de que los obispos se dedicaran a las almas, de nuevo, como si eso fuera posible en un mundo donde lo único que existen son personas (y jamás “almas”…). Por fin, una buena porción de la población escuchó, leyó, recibió, aplaudió o repudió el discurso de Pérez como si fuera la declaración final de la Asamblea, confusión impuesta por las traquimañas de los especialistas en construcciones mediáticas de la realidad.

¿Ganadores del juego? Sin lugar a dudas algunos empresarios de prensa, que lograron la perla de la semana con la retahíla de críticas a la gestión de gobierno realizada por dicho obispo, que refuerza, en este caso con un halo sagrado, la propaganda mediática catastrofista. Pérez comparte el premio, ya que tuvo la astucia de instalar en público su agenda, por encima del conjunto de obispos, anticipándose a los riesgos de un documento oficial menos severo.

Ese documento oficial de la CEB se hizo público recién el día martes 16 de noviembre. Los seis amplios párrafos críticos de Pérez están reducidos ahí a uno solo, con un brevísimo punteo. Paralelamente, y más allá de las cuestiones típicamente pastorales, aborda temas sociopolíticos que Pérez evitó, tales como “patria para todos”, el compromiso a favor de “la causa de los pobres”, la cuestión del “bien común”, el “uso de los bienes para todos”, la importancia de conocer las nuevas leyes para poder hacer un correcto discernimiento, y “la promoción de una nueva generación de católicos comprometidos en política” para la edificación del bien común (en un franco e inusual reconocimiento del fracaso de los programas formativos eclesiales en ese rubro). El tono es menos condenatorio y más propositivo, subrayando el eje de la justicia social y la centralidad de lo colectivo. Se trata de cuestiones que no figuran en el discurso inaugural.

No es necesario ser un experto para afirmar que la CEB está lejos de ser homogénea. Pérez fungió como portavoz de su ala dura, y por ende de los dueños del poder económico en nuestro país; ya lo había demostrado sin recato en ocasión de la campaña sucia contra la nueva Constitución Política del Estado, en un período histórico particularmente grave, marcado por un proyecto secesionista. Lo reiteró ahora, aprovechando su cargo como vicepresidente de la CEB, forzando un temario que evidentemente no es el de todos los obispos, y tampoco el de todos los católicos.

Lejanos están los tiempos cuando una porción significativa de la JIC en Bolivia se comprometía más a fondo con el proyecto liberador de su propio pueblo, incluso en situaciones límite y a riesgo de la propia vida. Con el paso de los años no pocos obispos desarrollaron una fuerte aversión a las mediaciones históricas y lo que ellas implican con relación a la pérdida de los propios espacios de poder.

Si sirve de consuelo, este fenómeno no es privativo de los prelados bolivianos, sino un mero reflejo del proceso de crisis e involución de la Iglesia Católica a nivel mundial, que lleva más de cuatro décadas y no presenta visos de resolución. Por el contrario, las posiciones del Vaticano, y en consecuencia las de las jerarquías nacionales, se mueven, con pocas variantes, hacia lo autoreferencial, el conservadurismo, control, disciplina, rigor, condena, autoritarismo, imposición, prohibiciones, censuras, discriminación, y un largo etcétera caracterizado por la elaboración y formulación de respuestas clarísimas a preguntas que casi nadie se hace ya en este mundo.

Parte considerable de este proceso regresivo y nostálgico del modelo de cristiandad es el apoyo franco a los potentes movimientos neoconservadores. En este último punto, habrá que decir que Bolivia no está en condiciones tan malas, en particular si la comparamos con países como Perú, donde abundan militantes y obispos del Sodalicio o del Opus Dei, o México, con sus Legionarios de Cristo.

La lista es larga. Basta además observar la campaña, activa y pública contra Dilma Rousseff de un buen número de obispos brasileños en la reciente contienda electoral (algo absolutamente inconcebible apenas veinte años atrás), o los enfrentamientos del cardenal argentino contra el gobierno, o la legitimación al golpe de Estado en Honduras por parte del cardenal de aquel país. Lamentablemente también aquí la lista de estos nuevos cruzados es larga.

Entre nosotros se van apagando las luces; el espectáculo no da para más. La mediocracia local consiguió su perla. Las tradicionales élites de poder vivirán una hora de felicidad, alentados por la bendición episcopal a su propia batería de críticas a la gestión de gobierno.

Algunos funcionarios gubernamentales hostiles al fenómeno religioso pergeñarán nuevas formas de enfrentamiento con la JIC (que resultarán absolutamente inútiles). Mientras tanto, el pueblo boliviano, con sus múltiples, fecundas y aún contradictorias formas de espiritualidad, seguirá andando en busca de su emancipación. Como decía alguien hace años, lo hará con, contra, o a pesar de las iglesias.+ (PE)

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Fuente: ECUPRES

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