jueves, 4 de noviembre de 2010

Pautas para la lectura de la Biblia.


Nunca he tenido muy claro cual era mi idea de la inspiración de la Biblia. Realmente, no me ha interesado en demasía. La Biblia habla y se acredita por si sola. No es preciso añadirle incentivos ni acumular méritos que le den autoridad. Su texto me interesa en la medida en que a través de él Dios se me hace presente y la palabra humana se convierte, por el poder del Espíritu, en Palabra de Dios. Es en la Biblia donde, de forma muy particular, puedo escuchar a Dios. Por esta razón, no creo que sea necesario apelar a un dictado de Dios, ni a una inspiración extraordinaria, ni atribuirle inerrancia o infalibilidad.


No hay nada humano que esté exento de errores y la Biblia no creo que sea una excepción. La Biblia no es un código de leyes, ni un manual de doctrina, ni un tratado científico. La Biblia es, sobre todo, historia y no cualquier historia, sino la de la salvación, es decir, la historia que nos habla del amor de Dios y su voluntad salvadora hacia todos los hombres y mujeres de este mundo. Es una historia en el marco del Espíritu que se refiere a las relaciones entre Dios y nosotros. Sus libros son fruto de experiencias espirituales profundas en las que los que las escribieron se han visto confrontados por Dios y han sido llamados a compartir lo que han aprehendido de Él.


Esta es una historia compleja en la que se mezclan las luces y las sombras, el amor y el odio, la paz y la guerra. Leer algunas de sus páginas en los libros que nos hablan de la conquista de la tierra de Canaán, nos sume en un mundo de dolor y lágrimas. No sólo nos escandaliza la actitud y las acciones de un pueblo violento y cruel, sino que también nos escandalizan el mismo carácter y los hechos atribuidos a Dios que, no sólo permite, sino que exige el cumplimiento de la ley del exterminio sagrado por la cual los pueblos derrotados son arrasados y sus habitantes pasados a cuchillo.


No hay en la Biblia un criterio seguro de interpretación y el lector siempre está obligado a distinguir la voz de Dios entre las de los hombres, el bien del mal, lo positivo de lo negativo. Pero si de verdad lee la Biblia buscando la dirección del Espíritu, el lector aprenderá a distinguir entre lo que es palabra humana y lo que es Palabra de Dios. No tendrá temor a equivocarse a la hora de discernir la palabra de Cristo, que nos llama a amar al enemigo (Mt 5,44), y distinguirla de la voz del salmista desesperado que clama contra Babilonia y proclama “dichoso el que tomare y estrellase tus niños contra la peña” (Sl 137,9). De entre todas las voces humanas, algunas de ella patéticamente crueles, surge con mayor fuerza la palabra sanadora y salvadora de Jesús.


La Biblia ha sido –y es- el lugar de encuentro con Dios. Un encuentro personal e intransferible. Este encuentro consiste en descubrir su presencia y escuchar su voz. No es lo más importante preguntarme por la autoridad del autor de uno u otro libro, sino analizar lo que a través de él, y de su experiencia, Dios me dice. Y lo que Dios me dice es muy claro. Me muestra el camino de la salvación y de la vida, me llama a aceptar su voluntad y me anima a seguir su camino. No estoy verdaderamente preocupado por leyes concretas que me señalen el camino que he de seguir. Realmente no las necesito. Cristo me ha dado una ley simple y sencilla por la que puedo cumplir todas las demás: amar a Dios y amar al prójimo. Tampoco me preocupa la cuestión de la sana doctrina, por importante que ésta pueda parecer, porque por encima de ella está la fe entendida como confianza y entrega absoluta a Dios para hacer lo que El quiera que yo haga. Nuestra salvación no se alcanza por mantener unas ciertas doctrinas bíblicas, o por el conocimiento, como pretendían los gnósticos, sino por la gracia de Dios, gracia que nos es concedida gratuitamente, sin ninguna clase de méritos por nuestra parte.


El Antiguo Testamento es difícil de entender. Sólo hay una forma de hacerlo: entrar por la puerta del evangelio. Entrar por otras puertas nos puede llevar a errores muy graves. Y esto es así porque sólo en el evangelio encontramos la clave para recibir y entender la Biblia. No todo lo que dice el Antiguo Testamento, por ejemplo, es aceptable; pero Cristo nos proporciona los elementos correctivos que nos permitirán entender el sentido de las Escrituras. Una cosa es lo que fue dicho a los antiguos, y otra muy distinta lo que dice Cristo: “Oísteis lo que fue dicho a los antiguos…? mas yo os digo”. ¿A quién escucharemos?


Sobre el autor:

Enric Capó

Enric Capó, pastor de la Església Evangèlica de Catalunya (IEE)
y Director de la revista CRISTIANISMO PROTESTANTE.
Por muchos años fue Presidente de la Comisión Permanente
de la Iglesia Evangélica Española



Fuente: LUPA PROTESTATE


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