martes, 5 de abril de 2011

La niebla de la vida.


Ficción de la realidad y realidad de la ficción.
Por Elba L. Encinas. (*)
Bahía Blanca.

Nosotros, los frágiles seres humanos, tenemos la sensación, y hasta diría la certeza, de no ser dueños de nuestra propia vida. Una vida que parece habérsenos concedido en préstamo. No elegimos nacer, ignoramos cómo y cuándo nos sobrevendrá la muerte, y no todo lo que nos acontece durante el lapso que permanecemos en este mundo se debe a nuestra decisión o al menos cuenta con nuestro consentimiento.

Hay situaciones que no podemos resolver. Nos superan. No nos dejan otra alternativa que aceptarlas o, sostenidos por la fe, recurrir al auxilio de Quien todo lo puede y todo lo sabe: Dios. Pese a nuestra insignificancia sentimos que El nos escucha y a menudo nos otorga lo que le pedimos. Pero reconocemos nuestros límites y, depositando nuestra entera confianza en ese Ser Superior, rezamos: “hágase tu voluntad”. (El hombre propone y Dios dispone).

Percibimos una Voluntad que encamina nuestros pasos, un plan, un destino fijado para cada uno. Luego de acontecidos los hechos, nos damos cuenta de que no ocurrieron por arte y magia del azar. Debí encontrarme en el momento preciso con tal persona que me ayudó o que necesitaba mi ayuda; no debí tomar ese avión que lamenté perder; debí viajar en ese tren y no en otro, ese día y no al siguiente... ¿Todo está ya “escrito”? ¿Todo se reduce a un mero deber? ¿Nos trazan un itinerario que seguimos, obedientes, aunque nos parezca que es fruto de nuestra elección?

Sin embargo, nuestra conciencia nos responsabiliza de las decisiones tomadas. ¿Qué son los remordimientos sino reproches que nos hacemos a nosotros mismos por haber escogido mal entre las opciones que nos ofrecían? Si bien las virtudes y defectos inherentes a nuestra naturaleza nos condicionan –somos generosos, egoístas o envidiosos...-- y nos resulta imposible no experimentar, en determinadas circunstancias, sentimientos que reprobamos, podemos impedir que trasciendan y se transformen en conductas que perjudiquen al prójimo. Que la envidia, por ejemplo, nos incite a desprestigiar inmerecidamente al otro por la sola razón de que posee lo que nosotros no tenemos.

Muy cerca de nuestro ocaso, ¿coincidiremos con Amado Nervo en afirmar: “yo fui el arquitecto de mi propio destino”? “Cuando planté rosales / coseché siempre rosas” (poesía “En Paz”).

Determinismo, libre albedrío... Mucho se ha debatido acerca de esas y otras cuestiones filosóficas sin que se hallara, y no se hallará nunca, una respuesta definitiva.

Autor y Personaje

En toda la obra de don Miguel de Unamuno –ensayos, poesías, novelas-- se pone en evidencia su compromiso con los problemas que aquejan al hombre en tanto ser de aquí y de ahora, el hombre de carne y hueso que nace para morir y al que el misterio de su vida se le torna angustia existencial, “sentimiento trágico”. Y la ficción novelesca le brinda la posibilidad de recrear con la imaginación y experimentar situaciones propias de la condición humana: la relación con el prójimo, la búsqueda de Dios, la muerte...

En una de sus novelas, Niebla, se introduce a sí mismo en la obra y dialoga con el personaje principal. A la vez que el diálogo va desentrañando la realidad sui géneris de la ficción, arroja luz sobre los vínculos de dependencia que se ponen en juego entre personaje-autor, creatura-creador y, la comparación resulta inevitable, hombre-Dios.

Primero se asoma a la trama sin dejarse ver por los protagonistas, mostrándose solo a los lectores. Sonriendo enigmáticamente observa a sus creaturas mientras actúan y dialogan --viven-- sin darse cuenta de que carecen de autonomía y que las decisiones las toma, entre bambalinas, el autor.

En determinado momento, Augusto Pérez, el personaje principal, presa de la angustia, decide suicidarse para acabar con sus desdichas. Pero antes consulta al propio don Miguel, de quien ha oído hablar, y que en uno de sus ensayos trata precisamente el tema del suicidio. Entonces se entera de que no puede lograr tal propósito porque él

--Augusto Pérez-- no existe. Es solo un ente de ficción, un ser soñado por otro, un producto de la fantasía del autor y de cada uno de los lectores. Además, carece de libre albedrío, y para morir debe aguardar a que el autor lo mate de la manera en que lo disponga su voluntad todopoderosa.

Augusto se rebela, defiende sus derechos frente a quien pretende ejercer su autoridad y conocerlo mejor que nadie. “...es más difícil --argumenta-- que el que uno se conozca a sí mismo, que un novelista o un autor dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir”.

Creemos conocernos, y a veces nos sorprendemos en actitudes que nos presentan ante nosotros mismos con un rostro extraño, al que no reconocemos como nuestro. Así también un autor puede resultar sorprendido al ver que sus creaturas no coinciden plenamente con las que se propuso crear. A semejanza de los seres humanos, los personajes no nacen ya acabados. Se van haciendo en el transcurso del relato --en el tiempo-- y solo se completan al final. Adquieren personalidad, una manera de ser de acuerdo a la cual obran, piensan y sienten. Contra esa lógica interna el autor no puede atentar. Por eso no es dueño absoluto de sus designios. Si bien los personajes están supeditados a él, se le resisten, le sugieren actitudes nuevas, imprevistas, propias. Comienza a escribir creyendo que los lleva de la mano, pero acabarán siendo ellos los que lo conduzcan a él.

Y cuanto más logrados sean más se independizarán. Dejarán de pertenecerle para pertenecer a otros: a todos los lectores que hacen suya la obra, la recrean y hasta extraen conclusiones que escapan a la intención del autor. Viven, lo sobreviven y a veces cobran mayor realidad que la del ser que los creó. (¿No es más real para nosotros don Quijote que Cervantes, Hamlet que Shakespeare?

Ficción de la realidad

Por otra parte, ¿puede el autor de carne y hueso estar seguro de que existe? La realidad sutil de la ficción artística que nos conmueve, nos enriquece, nos transforma y hasta nos incita a obrar, tiene la misma consistencia intangible de los recuerdos, las ilusiones, los ideales.

Anclamos en el ahora, entre el “ya no” del pasado y el “todavía no” del futuro. No podemos prescindir de lo vivido. Allí reconocemos una constante que nos identifica. Vivimos recordándonos. Pero recordar es recrear, es mirar con los ojos del presente. El que fuimos nos resulta ahora extraño, ajeno, otro. También recordamos al que hubiéramos querido ser, al mañana de antaño que es el hoy de otra manera, y nos proyectamos hacia el futuro, anticipándonos, soñándolo tal vez distinto de lo que será.

En la obra de teatro de Pirandello Seis personajes en busca de autor, un personaje se enfrenta al actor que lo encarna en escena y le dice: “Desconfíe de su realidad, de esta que hoy usted respira y toca en usted mismo, porque como la de ayer, está destinada a descubrírsele mañana como ilusión”.

Y Augusto Pérez, el protagonista de Niebla, cuando Unamuno le advierte que no puede sostenerse por sí mismo en la existencia, que lo necesita a él, al autor, exclama:

“... ¿Conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme. ¿Conque no lo quiere? ¿Conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel: también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió... ¡Dios dejará de soñarle! Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno. ¡Entes de ficción como yo, lo mismo que yo!”.

La novela no proporciona respuestas contundentes, incontrovertibles, a las preguntas que formula la angustia existencial del hombre. Sí, en cambio, transfiere vivencias de un ser --el personaje Augusto Pérez-- que adopta diferentes actitudes con relación a su creador y, a partir de ellas, plantea a los lectores nuevos interrogantes:

¿Vivimos inmersos en la niebla del sueño donde todo se confunde, la realidad de la ficción, la ficción de la realidad? ¿Nos sueña Dios? ¿Nos permite soñarnos a nosotros mismos? ¿Somos sueño que sueña?

Detrás de estas incógnitas palpita el gran dilema, el misterio insondable de nuestra muerte individual. ¿Qué significa dar ese paso ineludible y definitivo? ¿Despertar a una nueva, verdadera y eterna realidad? ¿O diluirse en el perpetuo olvido de la nada?+ (PE)

(*) Elba L. Encinas es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional del Sur

Fuente: ECUPRES

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