domingo, 19 de junio de 2011

Adversarios y aliados del imperio.


Claudio Katz

Resumen

Estados Unidos refuerza su papel de gendarme para contrarrestar los desafíos de viejos enemigos, nuevos adversarios y tradicionales aliados. Extiende la red de bases militares e institucionaliza el terrorismo de estado. También invade con pretextos humanitarios a los países que albergan grandes recursos o tienen gravitación geopolítica.

Obama ha mantenido sin cambios esta política belicista y abandonó todas sus promesas de moderar la agresividad. Este belicismo genera una degradación moral que desestabiliza a la sociedad norteamericana y socava las tradiciones democráticas. El militarismo es apuntalado por formaciones derechistas, que aportan la base social de las cruzadas internacionales.

Estados Unidos intenta bloquear el ascenso de economías emergentes que tienen recursos demográficos y naturales o experiencia de dominación político-militar. Este grupo de países desarrolla acciones sub-imperiales y tiene mayor autonomía que su precedentes de la posguerra. El imperialismo promueve la dispersión de ese bloque, mediante la cooptación de ciertos adversarios a una asociación unilateral. Busca especialmente establecer coordinaciones hegemónicas con India, Sudáfrica y Brasil.

La primera potencia intentó neutralizar por completo a Rusia cuando se desplomó la Unión Soviética, pero ha debido aceptar un status de presión militar y negociaciones. Frente al arrollador avance económico de China persiste una indefinición entre la beligerancia y el compromiso.

El gigante del Norte ejerce su liderazgo imperial con la resignada aprobación de Japón, cuya orfandad militar lo obliga a aceptar todas las presiones económicas. Europa conformó una Unión Monetaria, pero no logra cohesión bélica y se amolda a las pautas del Pentágono.

El imperialismo norteamericano intenta reafirmar su liderazgo imperial con controles, sanciones y restricciones a la proliferación nuclear. Define quiénes deben participar y ser excluidos de la disuasión. Estas negociaciones retratan el escenario imperial.

Desde el 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos reforzó su papel de gendarme internacional. Inició un ciclo de agresiones tendientes a contrarrestar los desafíos que afronta en varios frentes, con acciones que apuntan contra sus viejos enemigos, sus nuevos adversarios y sus tradicionales aliados.

Intervencionismo generalizado

Desde el fin de la guerra fría el Pentágono ha extendido su red de bases militares. Ingresó en varias regiones anteriormente vedadas (Báltico, Europa Central, Ucrania, Asia Central), acrecentó su presencia en América Latina e irrumpió en África. Estados Unidos ejerce un rol determinante en los conflictos armados, como invasor, instigador, proveedor de pertrechos o sostén de los bandos en pugna. Actúa en forma directa o lateral en todas las sangrías de África (Sudán, Chad y Somalia), Asia (Sri Lanka y Pakistán) y Medio Oriente (Afganistán, Irak, Libia).

El rol jugado por la CIA en estos choques es sólo conocido mucho tiempo después de su ocurrencia. Hay un trabajo sucio de los servicios de inteligencia financiado con enormes partidas del presupuesto militar. La penetración del espionaje en las actividades tradicionales de la diplomacia tradicional se acrecienta día a día.

En las zonas de ocupación se recurre a bombardeos sistemáticos contra la población civil, que la prensa adicta describe como “daños colaterales”. Los asesinatos de ciudadanos indefensos son presentados como acciones necesarias contra el terrorismo. Disparar a mansalva y balear a los sospechosos son ejercicios habituales de los marines en Afganistán o Irak. (1)

Esa brutalidad aumenta en proporción al número de mercenarios incorporados a las tareas de ocupación. Las empresas de seguridad actúan sin ninguna atadura a las reglas militares y cuentan con protección oficial para comportarse como pistoleros. Estos actos de salvajismos son la carta de presentación que utilizan las compañías, para obtener nuevos contratos del Pentágono. (2)

La comandancia norteamericana monitorea formas inéditas de terrorismo de estado, mediante secuestros y torturas que se realizan en una red mundial de cárceles clandestinas. Los prisioneros soportan condiciones inhumanas, son trasladados de un punto a otro y tienen anulado el derecho de defensa. La mitad de los detenidos en Guantánamo es totalmente inocente de las acusaciones que condujeron a su secuestro.

También se ha perfeccionado el asesinato selectivo a través de unidades especializadas. El ajusticiamiento de Bin Laden constituye el ejemplo más reciente de esta modalidad de terrorismo estatal. El líder de Al Qaeda no fue apresado como otros personajes semejantes (Noriega, Sadam) para ser exhibido en algún tipo de tribunal, sino que fue directamente acribillado por un comando elogiado por Obama. El relato infantil que montó el Departamento de Estado para presentar ese crimen como un acto heroico, no logró ocultar que simplemente liquidaron un individuo desarmado.

La inmediata eliminación del cadáver incrementa las sospechas de una operación realizada con total impunidad extra-territorial. Al aplicar el método israelí de ultimar a los adversarios en cualquier parte del planeta, Estados Unidos convierte la violación de la legalidad internacional en un hábito de sus incursiones.

El desprecio por la vida humana es el fundamento de una nueva doctrina de guerra perpetua y destrucción de las poblaciones elegidas como blanco. La justificación de la agresión sigue un guión estándar de argumentos simplistas. Se presenta al enemigo como un “dictador hitlerista” (Sadam) y se invade el país para evitar un “holocausto de inocentes” (Haití, Sierra Leona). Los ataques ejemplares son alentados como forma de impedir que los “tiranos se envalentonen”, afectando la “seguridad mundial”. Toda la artillería es concentrada en un “eje del mal” de países ingobernables o “estados fallidos” (Corea del Norte, Irán o Venezuela). (3)

Estados Unidos afirma que debe ejercer su “responsabilidad en la protección de los civiles”. Pero termina consumando masacres, que se ubican en las antípodas de cualquier “intervención humanitaria”.

Las agresiones siempre se perpetran con alusiones a la libertad y la democracia, hasta que salen a flote los verdaderos propósitos. En ese momento se destapa que lo importante en Irak era el petróleo (y no las armas de destrucción masiva), que en Panamá el problema era el canal (y no las drogas) y que Afganistán es un sitio geopolítico esencial (con o sin Bin Laden). El imperialismo redobla la apuesta frente a cada obstáculo y responde con nuevas convocatorios guerreristas ante cualquier “peligro que afronte Occidente” .

Continuismo y degradación

Obama ha mantenido sin cambios esta política belicista y abandonó sus promesas de moderar la agresividad. Perpetúa Guantánamo, preserva la censura militar, avala la tortura, alienta a las tropas y repite las mismas vulgaridades que Bush sobre el terrorismo. Sólo modificó el estilo y transformó un discurso prepotente en retórica calibrada, para restablecer alianzas y obtener más recursos. Esta continuidad ha generado decepción y el receptor del premio Nobel de la paz ya fue penalizado por el electorado con expectativas progresistas.

Obama retoma la política de Bill Clinton, que encubrió con disfraces humanitarios los ataques a Somalia (1992-93), los bombardeos de Bosnia y los Balcanes (1995), la agresión a Sudán (1998), la incursión en Kosovo (1999) y el hostigamiento de Irak (1993-2003). Actualiza el paradigma de “guerras justas” y concertadas, que durante los años 90 se implementaron en nombre de la globalización y el multilateralismo. Con ese molde corrige los excesos de la soberbia unipolar de Bush, buscando garantizar los objetivos militares que comparten los legisladores demócratas y republicanos.

Pero el belicismo imperial genera una degradación moral que desestabiliza a la sociedad norteamericana. Las aberrantes torturas y azotes en las cárceles de Irak y la conducta de un ejército dominado por el racismo y el acoso de mujeres, generan fuertes repercusiones internas. Los testimonios y las perturbaciones psicológicas de los veteranos conmueven a gran parte de la población. La pérdida de la ética militar genera angustias entre muchos retornados del frente y existen numerosos casos de suicidio.

También la privatización de la guerra, a favor de mercenarios con mayores sueldos que sus pares regulares, potencia la descomposición del ejército. Esta formación combate sin motivaciones altruistas y sus efectivos se reclutan entre una sub-clase de pauperizados, minorías (latinos y afros) y grupos con problemas legales de drogadicción. Son incitados a la matanza a través de entrenamientos, que convierten al asesinato es un hecho corriente. Pero esas infamias acrecientan un malestar interno que comienza a tomar estado público.

La agresividad imperial externa se traduce, además, en un recorte de las libertades democráticas. Resulta imposible masacrar afuera y preservar dentro del país un sistema de información irrestricta. El giro hacia el totalitarismo interno incluye mayor control sobre la difusión de los acontecimientos bélicos.

El espionaje interno ha quedado desbordado en Estados Unidos por una enorme red de agencias. Estas entidades receptan y almacenan diariamente un cúmulo ingobernable de información, que nadie logra procesar y coordinar con alguna seriedad. El número creciente de personas con acceso a los sistemas clasificados ha deteriorado también el carácter confidencial de esa actividad y muchos secretos salen a la superficie.

Hay casos de hackers que difunden esa información por competencia informática o por simple afán de gloria. Pero también hay reacciones frente a la barbarie militarista. El periodismo militante tiende a multiplicarse para contrarrestar la censura de impuesta a la prensa. (4)

La militarización interna es un efecto de la paranoia, que ha generado la cruzada contra el terrorismo. El estado policial hace germinar fuerzas más descontroladas, entre una población habituada al uso de las armas, al racismo y a la persecución de inmigrantes. Algunas leyes en danza autorizan la detención de un individuo por cualquier tipo de sospecha.

La agresión imperial socava las tradiciones democráticas, a medida que la brutalidad externa incentiva el salvajismo en casa. El trato brutal que soportan los presos comunes es otro ejemplo de esta regresión. La tasa de encarcelamientos en Estados Unidos es cinco veces superior al promedio internacional. Los detenidos pobres no pueden solventar su defensa y existe un ambiente fascista en todas las prisiones, administradas como negocios privados.

En este clima militarista se apoya la derecha norteamericana, que perdió fuerza durante el ocaso de Bush y recupera posiciones ante la impotencia de Obama. Este sector incentiva la intolerancia y las supersticiones religiosas, con ideas trogloditas sobre el aborto y el uso del rifle. Su nuevo vocero del Tea Party aprovecha la desesperación que genera el desempleo, la fragilidad del los sindicatos y las dificultades de los movimientos críticos.

La propaganda reaccionaria es solventada por un sector de la plutocracia gobernante, que ha convertido las campañas electorales en torneos de gasto publicitario. Los medios de comunicación han perfeccionado todas sus técnicas de desinformación, para que la población ignore las barbaridades que realizan los marines.

Los distintos grupos derechistas conforman, en la actualidad, la base social del imperialismo norteamericano. Brindan soporte a todas las cruzadas internacionales, a través de mensajes esquizofrénicos. Por un lado exaltan la democracia y la libertad de todos los ciudadanos del mundo y por otra parte realzan la superioridad estadounidense y el desinterés por el resto del mundo.

Esta ideología persigue varios objetivos geopolíticos.

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Fuente: ApiaVirtual

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