jueves, 5 de abril de 2012

Por respeto a la verdad: breve aclaración sobre “teología y fe” en la Resurrección.



Andrés Torres Queiruga

“Usando ese método tampoco saldría aprobada la Cristología publicada por el papa Ratzinger”
“El encuentro con el secretario de la Comisión no pudo ser un verdadero diálogo ni sirvió para programar otros”
Es como si a un teólogo se lo acusase de lesionar la fe de la Iglesia porque aclare que no se puede entender al pie de la letra que Cristo ‘está sentado a la derecha del Padre’

No me es posible agradecer con detalle todas las manifestaciones y no tengo ganas de entrar en polémicas. Pero, por agradecimiento a tantas personas amigas y por respeto a la verdad en este tiempo especialmente “santo”, me ha parecido oportuno ofrecer la posibilidad de una mínima clarificación acerca del misterio de la Resurrección.
Muchas personas, partiendo del lenguaje poco preciso de la Declaración de la Comisión de la Doctrina de la Fe en este punto, han sacado la conclusión de que yo niego verdad tan central de nuestra fe, a la que he dedicado tantos esfuerzos de creyente y cordial reflexión.
En primer lugar, quiero insistir en la distinción entre fe y teología. En la fe comulgamos todas las personas creyentes y cuestionarla en los demás es asunto muy grave, en el que todos debemos guardar un respeto exquisito: nadie encontrará en mi obra una mínima descalificación de alguien en este sentido.
La explicación teológica es algo distinto y, hecha con debido estudio y suficiente rigor, merece un exigente respeto, a no ser que con argumentos frente a argumentos se muestre que efectivamente daña la fe. Pero nunca debe darse por supuesto ese daño, simplemente porque una explicación no concuerde con la preferida desde la propia teología (cosa que equivaldría a una identificación idolátrica de una opción particular con la fe común de la Iglesia).
Ni tampoco puede juzgarse una teología cuando su “juego lingüístico” específico, que es el de la reflexión científica, no coincide con el “juego lingüístico” propio de la catequesis o del anuncio. De lo contrario, como yo le manifestaba en carta privada al Presidente de la Comisión de la Doctrina de la Fe, acudiendo a ejemplos ciertamente extremos, se incurre en una confusión fatal: “es como si a un teólogo se lo acusase de lesionar la fe de la Iglesia porque aclare que no se puede entender al pie de la letra que Cristo ‘está sentado a la derecha del Padre’, que ‘subió a los cielos hasta que lo cubrió una nube’ o que, ya resucitado, comió ‘parte de un pez asado’. Y desde luego, usando ese método tampoco saldría aprobada la Cristología publicada por el papa Ratzinger ni, por supuesto, la mayor parte de la teología actual”.
En segundo lugar, para que las personas interesadas puedan hacerse un juicio por sí mismas, ofrezco aquí los textos que el secretario de la Comisión escogió para el encuentro que tuvo lugar en Madrid (que desafortunadamente no pudo ser un verdadero diálogo ni sirvió para programar otros que hubieran sido posibles). En el fondo, son los textos que emergen en el mismo Documento; pero ahora pueden verse un poco más amplios.
Todos están tomados de mi libro Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura (Trotta, Madrid 32005). Las referencias remiten a las explicación más amplia en la obra original.
Que la Pascua del Señor nos ilumine a todos y sea llamada a una verdadera, humana y evangélica fraternidad.

IV. LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
Textos del Autor:
«¿qué sentido tiene un cadáver que permanece tal durante cierto tiempo, para ser luego ni siquiera revivificado, sino transformado en algo completamente distinto y ajeno a todas sus leyes y propiedades? ¿o se trata acaso de una aniquilación? ¿qué pasa en ese tiempo con Cristo, quien, por un lado, está glorificado, pero, por otro, no está completo, pues necesita todavía retomar transformándolo-¿cómo?, ¿para qué?-el cuerpo material? [...] De modo positivo, sin el sepulcro vacío no sólo desaparece esa extrañeza, sino que todo cobra un realismo coherente.

La muerte de Cristo es verdaderamente “tránsito al Padre”, que no aniquila su vida, puesto que, en preciosa expresión de Hans Küng, consiste en un “morir al interior de Dios”. De modo que la Resurrección acontece en la misma cruz, donde Cristo “consuma” su vida y su obra (Jn 19,30), siendo “elevado” sobre la tierra como signo de su exaltación en la gloria de Dios (recuérdese el tema joánico de la hýpsosis»: Resurrección 205-207.
«La segunda cuestión se refiere a la preservación de la identidad de Jesús, a pesar de la permanencia de su cadáver en el sepulcro. La insistencia en el carácter físico de las apariciones y la expresión tradicional que habla de resurrección de la carne intentaban justamente asegurar esta identidad.
El modo de esa insistencia era algo exigido por el carácter prevalentemente unitario de la antropología bíblica y que, por tanto, pertenecía al plano de la explicación conceptual o, en expresión de Willi Marxsen, del interpretament. Como tal, esa explicación está culturalmente condicionada, y, siendo legítima para su tiempo, no tiene por qué ser preceptiva para el nuestro. Lo que importa ahora es su intención viva, dirigida a mantener la identidad: es Jesús mismo, él en persona, quien resucita»: Resurrección 209-210.
«Por eso ya no se la comprende bajo la categoría de milagro, pues en sí misma no es perceptible ni verificable empíricamente. Hasta el punto de que, por esa misma razón, incluso se reconoce de manera casi unánime que no puede calificarse de hecho histórico. Lo cual no implica, claro está, negar su realidad, sino insistir en que es otra realidad: no mundana, no empírica, no apresable o verificable por los medios de los sentidos, de la ciencia, o de la historia ordinaria»: Resurrección 317.
«Muchos teólogos que se empeñan en exigir las apariciones sensibles para tener pruebas empíricas de la resurrección no acaban de comprender que eso es justamente ceder a la mentalidad empirista, que no admite otro tipo de experiencia significativa y verdadera [...] Por lo demás, el mismo sentido común, si supera la larga herencia imaginativa, puede comprender que “ver” u “oír” algo o a alguien que no es corpóreo sería sencillamente falso, igual que lo sería tocar con la mano un pensamiento [...]
(Y nótese que cuando se intenta afinar, hablando por ejemplo de “visiones intelectuales” o “influjos especiales” en el espíritu de los testigos, ya se ha reconocido que no hay apariciones sensibles. Y, una vez reconocido esto, seguir empeñados en mantener que por lo menos vieron “fenómenos luminosos” o “percepciones sonoras” es entrar en un terreno ambiguo y teológicamente no fructífero, cuando no insano.
Esto no niega la veracidad de los testigos [...] Lo que está en cuestión es si lo visto u oído empíricamente por ellos es el Resucitado o son sólo las mediaciones psicológicas-semejantes, por ejemplo, a las producidas muchas veces en la experiencia mística o en el duelo por seres queridos-que en esas ocasiones y para ellos sirvieron para vivenciar su presencia trascendente y tal vez incluso ayudaron a descubrir la verdad de la resurrección. Pero, repito, eso no es ver u oír al Resucitado; si se dieron, fueron experiencias sensibles en las que descubrieron o vivenciaron su realidad y su presencia) [...]
Lo que sucede es que la novedad de la resurrección de Jesús, en lugar de ser vista como una profundización y revelación definitiva dentro de la fe bíblica, tiende a concebirse como algo aislado y sin conexión alguna con ella. Por eso se precisa lo “milagroso”, creyendo que sólo así se garantiza la novedad. Pero, repitámoslo, eso obedece a un reflejo inconsciente de corte empirista.
No acaba de percibirse que, aunque no haya irrupciones milagrosas, existe realmente una experiencia nueva causada por una situación inédita, en la que los discípulos y discípulas lograron descubrir la realidad y la presencia del Resucitado. La revelación consistió justamente en que comprendieron y aceptaron que esa situación sólo era comprensible porque estaba realmente determinada por el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, el cual estaba vivo y presente de una manera nueva y trascendente. Manera no empírica, pero no por menos sino por más real: presencia del Glorificado y Exaltado»: Resurrección 320-321.
«Se comprende entonces que, por sí misma, la presencia del dato narrativo no prueba ni rechaza la facticidad del sepulcro vacío. Por otra parte, quedan hechas dos constataciones importantes: la primera, que tampoco los datos exegéticos dirimen la cuestión, pues tanto una hipótesis como la otra cuentan con razones serias y valedores competentes; la segunda, que, como queda visto, en la interpretación actual la fe en la resurrección no depende de la respuesta que se dé a esa pregunta»: Resurrección 204.
«En este sentido resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo son pinturas de innegable corte mitológico que nos resultan sencillamente impensables»: Resurrección 316.
«El hecho de la huida y ocultamiento de los discípulos fue, con toda probabilidad, históricamente cierto; pero su interpretación como traición o pérdida de fe constituye una “dramatización” literaria de carácter intuitivo y apologético, para demostrar la eficacia de la resurrección. En realidad, aparte de lo injusta que resulta esa visión con unos hombres que lo habían dejado todo en su entusiasmo por seguir a Jesús, es totalmente inverosímil.
Algo que se confirma en la historia de los grandes líderes asesinados, que apunta justamente en la dirección contraria, pues el asesinato de líder auténtico confirma la fidelidad de los seguidores: la fe en la resurrección, que los discípulos ya tenían por tradición, encontró en el destino trágico de Jesús su máxima confirmación, así como su último y pleno significado. Lo expresó muy bien, por boca de Pedro, el kerygma primitivo: Jesús no podía ser presa definitiva de la muerte, porque Dios no podía consentir que su justo “viera la corrupción” (cf. Hch 2,24-27)»: Resurrección 313-31

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