viernes, 4 de mayo de 2012

El pluralismo: desafío para las iglesias.



Por Alberto F. Roldán. (*)
Ramos Mejía. Buenos Aires.

 En un reciente informe transmitido por la agencia de noticias ALC, se informaba lo siguiente: “Un nutrido grupo de sacerdotes austríacos, que el pasado verano europeo llevaron a cabo una ´”llamada a la desobediencia”, movilizándose en favor del celibato opcional y de la plena participación de mujeres y laicos en la Eucaristía, provocando la conmoción en el centro de Europa, han vuelto a emitir un manifiesto en el que protestan por una Iglesia más creíble.”([1])
 
Entre las cosas que estos sacerdotes cuestionan, se mencionan el cierre de parroquias por no contar con sacerdotes, la excesiva cantidad de homilías y servicios que se convierten en rituales mecánicos y superficiales y la dureza con que son tratadas las personas divorciadas que se atreven a volver a casarse y a sacerdotes que, rompiendo con el celibato, han optado por establecer una relación de pareja.
 
Más allá de que cada uno de los hechos señalados requeriría un tratamiento particular y minucioso, el pronunciamiento de estos sacerdotes de Austria nos conduce a reflexionar sobre el modo de ser Iglesia de Cristo hoy. Si entendemos que la encarnación no sólo es un hecho histórico que acaeció en Jesucristo, la Iglesia, su cuerpo según la rotunda metáfora paulina, también debe asumir su condición humana, es decir, encarnarse.
 
La encarnación implica que ella vive en una historia humana de tiempo y espacio con todas las limitaciones que ello supone. Y, también, significa que debe estar atenta a lo que Jesús mismo instó cuando habló de interpretar “los signos de los tiempos.”  Si hay algo que caracteriza nuestro tiempo, desde el fin del siglo XX y lo que va del XXI, es que las sociedades han cambiado. Y esos cambios implican diversidad de pensamientos, de ideas y de prácticas a las cuales las iglesias no siempre son proclives a reconocer.
 
En ese sentido, habría que recordar que la encarnación significa, en otros términos, la secularización. Esta palabra, que procede del latín sécula, significa “siglo”, “edad”, “mundo”. De alguna manera podemos decir con Gianni Vattimo que “la encarnación de Jesús es, en sí misma, ante todo, un hecho arquetípico de secularización.”([2]) Como hecho arquetípico, Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado, sigue siendo el modelo de acción cristiana en el mundo.
 
Si Él se encarnó, la Iglesia también debe encarnarse, lo cual implica reconocer sus propias limitaciones humanas, su fragilidad y su temporalidad. Ella existe para dar testimonio de la Verdad, que es Jesucristo. Y no sólo dar testimonio de Él en palabras, sino sobre todo dar testimonio en acciones redentoras.
 
La Iglesia debe acompañar a los que sufren, ser solidaria con los desposeídos, pronunciarse a favor de los que son víctimas de injusticia y de violencia. Debe dejar de asumir posiciones jerárquicas y optar por actitudes de servicio. Porque, como dice Wolfhart Pannenberg: “Toda interpretación de la iglesia que no tenga en cuenta, desde un principio, su relación con el contexto vital del mundo, un contexto que le trasciende y abarca, es unilateral.”([3])
 
En un tiempo en que las sociedades humanas reconocen la importancia del diálogo y optan por el pluralismo, las iglesias están llamadas a ser modelos de esas actitudes y abandonar posiciones irreductibles y condenatorias. Claro que esto implica una conversión de las propias iglesias. En otras palabras, como dicen también los sacerdotes austríacos, se trata de buscar una Iglesia que escuche y dialogue.
Este desafío implica también la búsqueda de una nueva reforma (la palabra “reforma” aparece en el documento de referencia) que atañe no sólo a la Iglesia católica sino que incluye a las iglesias que, procedentes de la Reforma, han asumido, quizás inconscientemente, actitudes similares a las señaladas por los sacerdotes de Austria.
 
Iglesias estas últimas, para las cuales la expresión Ecclesia Reformata semper reformanda no ha dejado de ser un mero slogan carente de concreciones palpables. En síntesis: el pluralismo, que es el talante que caracteriza a las sociedades bien o mal denominadas “posmodernas” ([4]), es el gran desafío para las iglesias de hoy que están llamadas a ser más humildes, más comprensivas y, sobre todo, más humanas.+ (PE)

[1] Los "curas rebeldes" austríacos reclaman a la Iglesia la inclusión de los divorciados, gays y sacerdotes casados”. ALC Noticias, 6 de marzo de 2012.
2 Gianni Vattimo, Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, Buenos Aires: Paidós, 2004, p. 85
3 Wolhart Pannenberg, Teología y Reino de Dios, Salamanca: Sígueme, 1974, p. 43.
4 Para una reflexión sobre los vínculos entre posmodernidad e Iglesia véase  Alberto F. Roldán, “La Iglesia frente a los desafíos de la posmodernidad y el pluralismo”, Cuadernos de teología, Buenos Aires: Instituto Universitario Isedet, 2001, vol. XX, pp. 191-210.
 
(*) Alberto F. Roldán es doctor en teología por el Instituto Universitario Isedet y master en ciencias sociales y humanidades (filosofía política) por la Universidad Nacional de Quilmes. Escritor. Director de la revista Teología y cultura:www.teologos.com.ar
 
PreNot 9990.
120504

Fuente: Ecupres

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