sábado, 12 de enero de 2013

Fuego del cielo.



Para los que somos cristianos el libro máximo de nuestra espiritualidad es, cómo no, la Biblia. En ciertos círculos la misma tiende a leerse buscando en todo momento la armonía entre los textos, el considerar unos a la luz de los otros aunque exista un franja de tiempo de, por ejemplo, un milenio entre ellos.
Se dice que ya que Dios es el autor, Él no puede contradecirse o colocar ciertas ideas en tensión con otras. Todo debe verse como un gran conjunto que va hacia adelante, sumando nueva revelación a la anterior y todo ello, de forma milagrosa, encajando a la perfección en el gran conjunto de la revelación bíblica.
El problema con este método es que el punto de llegada se hace el de partida. Me explico. El que no existan contradicciones en las Escrituras y que todas ellas muestren una compenetración perfecta tiene que ser la conclusión del que las estudia o considera. Esto es lógico ya que ¿cómo se puede decir que un libro es totalmente coherente en todas sus partes si no se ha leído detenidamente, si no se ha estudiado con anterioridad? Después de realizar esto último se puede concluir una cosa u otra, nunca aceptar algo que no se ha comprobado, para después creerlo firmemente y desde ahí demostrarlo como sea. Claro se puede aducir que otros así lo sostienen y se acepta de forma acrítica.
Con esto no estoy diciendo que la Biblia esté llena de errores, de contradicciones, sino que hay que saber leerla, en sus propios términos, y no comenzar con una idea preconcebida que influenciará a priori todo nuestro entendimiento de la misma.
Si cada libro escritural lo evaluamos bajo sus propios méritos y después lo comparamos con el resto es posible que comencemos a ver algo que antes nos estaba velado.
Uno de estos casos ocurre con los evangelios, con Jesús. Todo el énfasis se ha volcado en recalcar vez tras vez que Él decía continuar con lo que el Antiguo Testamento ya anunciaba, que había venido a cumplir lo profetizado. Que el Maestro no había llegado para abrogar la ley sino para cumplirla, que Él se consideraba dentro de toda la tradición profética y mesiánica veterotestamentaria. Esto es cierto, Jesús mismo lo dijo, pero también dijo otras cosas. Entre estas otras cosas no faltaron las que chocaron de frente, modificaron y en ocasiones dejaron sin vigencia partes importantes de la revelación anterior. Sólo un ejemplo, por ahora, de lo que quiero decir.
Lucas 9:51-56:
Y sucedió que cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con determinación, afirmó su rostro para ir a Jerusalén.
Y envió mensajeros delante de Él; y ellos fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos.
Pero no le recibieron, porque sabían que había determinado ir a Jerusalén.
Al ver esto, sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?
Pero Él, volviéndose, los reprendió, y dijo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.
La alusión directa es al episodio de Elías cuando estaba siendo buscado por el impío rey Ocozías. El texto allí dice:
Entonces el rey envió a él un capitán de cincuenta con sus cincuenta hombres. Y éste subió a él, y he aquí, Elías estaba sentado en la cumbre del monte, y le dijo: Hombre de Dios, el rey dice: “Desciende.”
Respondió Elías y dijo al capitán de cincuenta: Si yo soy hombre de Dios, que descienda fuego del cielo y te consuma a ti y a tus cincuenta. Entonces descendió fuego del cielo, y lo consumió a él y a sus cincuenta.
De nuevo envió a él otro capitán de cincuenta con sus cincuenta que le habló y le dijo: Hombre de Dios, así dice el rey: “Desciende inmediatamente.”
Y respondió Elías y les dijo: Si yo soy hombre de Dios, que descienda fuego del cielo y te consuma a ti y a tus cincuenta. Entonces el fuego de Dios descendió del cielo y lo consumió a él y a sus cincuenta.
De nuevo el rey le envió al tercer capitán de cincuenta con sus cincuenta. Y cuando el tercer capitán de cincuenta subió, vino y se postró de rodillas delante de Elías y le rogó, diciéndole: Hombre de Dios, te ruego que mi vida y la vida de estos cincuenta siervos tuyos sean preciosas ante tus ojos.
He aquí que ha descendido fuego del cielo y ha consumido a los dos primeros capitanes de cincuenta con sus cincuenta; mas ahora, sea mi vida preciosa ante tus ojos.
Entonces el ángel del SEÑOR dijo a Elías: Desciende con él y no le tengas miedo. Se levantó Elías y descendió con él al rey…
Supongo que ahora que estos dos textos se han comparado queda en evidencia una cosa, Jesús no acepta el del Antiguo Testamento como argumento para que se vuelva a repetir lo que allí ocurrió. El impacto que producen estas palabras es que Jesús les estaba diciendo a sus discípulos que actuar de la forma en la cual lo hizo Elías era no entender nada, que no conocían el mismo corazón de Dios, que Jesús no había llegado para perder más vidas como ocurrió con Elías cuando murieron ciento dos hombres quemados. Pero dicho esto, la gran cuestión aquí era que Elías no había actuado por cuenta propia, no era su poder el que bajaba del cielo, no era suyo el fuego que mató a aquellos soldados, era de Dios…
Los discípulos se debieron quedar perplejos. Lo que decía Jesús era muy serio, ¿acaso el Dios de Elías tampoco sabía de qué espíritu era? Además, ¿estaba contradiciendo Jesús la misma revelación bíblica? ¿Era su Padre un Dios caprichoso que tan pronto mataba a inocentes soldados y tan pronto sentía compasión por unos samaritanos?
La tensión entre estos dos textos es enorme.
Propongo algo. Jesús está diciendo que ya no es posible considerar así más a Dios. Ahora estaba estableciendo con toda contundencia que el tiempo había cambiado, que Dios no podía ser entendido como que actuaba de esta forma con los hombres. Es más, que ya no se podía traer un texto como éste, y como tantos otros similares del Antiguo Testamento, como base para entender a Dios. Decir que Dios consume al ser humano con fuego, enfermedades, muerte y demás, aunque éstos hombres lleguen a rechazar de forma directa a su propio Hijo, es precisamente no entender a su Hijo. Si Jesús ha traído la revelación más perfecta, plena y clara de Dios deberíamos entender las Escrituras a su luz, sobre todo cuando se ha manifestado claramente en un sentido.
Con Jesús se abre una nueva era, un nuevo concepto de Dios, una nueva revelación. Es cierto que de ella ya había pistas en el Antiguo Testamento pero hacía falta que Él llegara, el Enviado del Padre, la Palabra encarnada.
Este choque fue tan tremendo que Juan tiene que admitir que “la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y  la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo” (Juan 1:17).
El seguir hablando de este tipo de textos como vigentes sí que es llevar a las Escrituras a contradecirse e incluso a hacer callar al propio Jesús. Nadie duda que cuando el Maestro estaba ante la mujer samaritana, otro episodio con este mismo pueblo de fondo, le dijo que ya no hacía falta más el templo para adorar, para orar al Padre. Esto se podía realizar en el interior, sin intermediarios, algo disponible para todo hombre esté donde esté. Pero de nuevo tenemos aquí algo similar al relato anterior. Los textos del Antiguo Testamento que dejó sin efecto son muchos y de gran extensión. La construcción del tabernáculo y del templo llenan páginas completas y la promesa de Dios de permanecer en él era una de las más sólidas creencias del pueblo judío. Llega Jesús y las da por caducadas, se acabó.
El Galileo impactó tan fuerte en el judaísmo de su tiempo que no tuvieron más remedio que matarlo para que su voz dejara de tronar. El problema es que nosotros también lo hacemos callar con una forma de entender las Escrituras que no es capaz de entender la reforma, la radicalidad con la cuál Jesús entendió las relaciones de Dios con el hombre. Ya se sabe, todo en la Escrituras es perfectamente armónico…
Pero más allá de un entendimiento o no de lo que estoy aquí diciendo, la auténtica tragedia es el episodio que se ha ido repitiendo en el tiempo con las guerras en nombre de Dios, Cruzadas, quema de brujas, etc., y tiene un paralelo exacto en nuestros días.
En nuestra época actual pueblos enteros, naciones, han sido bombardeados, invadidas en nombre de Dios. No entro aquí si son guerras legítimas o no, tengo mi propia opinión, pero se produce otro drama cuando una parte muy importante de la iglesia de ese país que bombardea apoya a sus dirigentes y les concede autoridad moral, divina, para que arrasen tal o cual país en nombre de la justicia, del castigo divino. De esta forma envían fuego del cielo pero esta vez en lugar de matar a cien asesinan a miles, decenas de miles. En vez de matar a hombres como hizo Elías, a soldados, ahora mueren también niños, mujeres… no saben de qué espíritu son.
Estas gentes que reciben el fuego del cielo son musulmanes y al igual que los otros no aceptan a Jesús como el Hijo de Dios pero las palabras de Jesús siguen vigentes, éstas sí que no han caducado.
La iglesia no está aquí para apoyar las bombas, sino para recoger al que es herido por ellas, para llorar con la familia de los inocentes que se lleva por delante, ya sean éstos samaritanos en aquél tiempo o musulmanes en el presente. El Maestro fue muy contundente y es escalofriante pensar que ahora miraría a este pueblo que se dice cristiano y lo condenaría por su falta de compasión. Aquellos dos discípulos que iban a su lado entendieron más adelante las palabras del Galileo, los evangélicos del presente parecen vacunados contra ellas.
Tampoco faltan los que hablan de Tsunamis, de huracanes que matan por miles y que no serían otra cosa que el castigo divino sobre naciones paganas. El problema es que también mueren niños y no pocos creyentes. Un huracán no vira cuando tiene la casa de un cristiano de frente, se la lleva también por delante. Más fuego del cielo. Dios debe tener mala puntería cuando el creyente, el inocente, el niño y el enfermo mueren junto al “pagano”.
En ocasiones me doy cuenta de que Jesús se ha convertido en un problema para la iglesia. Parece que no llegamos a entender que la gracia vino con Él y la ley que reinó en el Antiguo Testamento ya fue destronada. Que Él no ha venido a condenar a  personas sino a salvarlas.
Es triste que sus seguidores no tengan ningún problema en comprender conceptos tales como retribución, castigo, condena, pero les cueste tanto vivir la misericordia. Nuestro Mesías, como tan bien entendió Bonhoeffer, es un Salvador crucificado y su pueblo en vez de provocar, alentar y promover el sufrimiento debe redimirlo padeciéndolo. Ya se sabe, el discípulo no es mayor que su Maestro…
“No penséis que he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado”.
Jesús en Mateo 5:17. Las negritas son mías.
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Autor/a: Alfonso Ranchal


Alfonso Ranchal es Diplomado en Teología (Ceibi). Miembro de la Iglesia Betesda (Córdoba, España)

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