domingo, 29 de septiembre de 2013

La Iglesia que soñamos.



Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA


“Yo, pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias, de creer en la Iglesia, a pesar de la Iglesia; de creer en el Reino, en todo caso, caminando en la Iglesia”. Estos son versos testimoniales de don Pedro Casaldáliga, seguidor ejemplar de Jesús. En ellos se destacan tres actitudes fundamentales del primer movimiento de seguidores del Nazareno: humildad, sencillez y hermandad evangélicas. Ese sueño de don Pedro, de una Iglesia sencilla y fraterna, parece hacerse cada vez más central en el papa Francisco. Sus declaraciones para la revista La Civiltà Cattolica resultan esperanzadoras en ese sentido. Enunciamos algunos textos emblemáticos que pueden inspirar e interpelar en el modo de ser Iglesia hoy.

Iglesia madre y pastora. “Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes (…) El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo”.

Iglesia que anuncia una Buena Noticia. “Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad (…) Una homilía, una verdadera homilía, debe comenzar con el primer anuncio, con el anuncio de la salvación. No hay nada más sólido, profundo y seguro que ese anuncio. Después vendrá una catequesis (…) Pero el anuncio del amor salvífico de Dios es previo a la obligación moral y religiosa. (…) La homilía es la piedra de toque si se quiere medir la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el que predica tiene que reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde permanece vivo y ardiente el deseo de Dios”.

Iglesia abierta al misterio de Dios. “Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la seguridad doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras”.

Una Iglesia inserta en la realidad. “La nuestra no es una fe-laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se ha revelado como historia, no como compendio de verdades abstractas (…) Cuando se habla de problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de una villa de miseria y otra es ir allí, vivir allí y captar el problema desde dentro y estudiarlo. Hay una carta genial del padre Arrupe a los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS) sobre la pobreza, en la que dice claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con una inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza”.

Una Iglesia que valora la santidad del pueblo de Dios. “Una mujer que cría a sus hijos, un hombre que trabaja para llevar a casa el pan, los enfermos, los sacerdotes ancianos tantas veces heridos pero siempre con su sonrisa porque han servido al Señor, las religiosas que tanto trabajan y que viven una santidad escondida. Esta es la santidad común (…) No solo hacerse cargo de los sucesos y las circunstancias de la vida, sino también como constancia para seguir hacia delante día a día”.

Una Iglesia consultiva y ecuménica. “Los dicasterios romanos están al servicio del papa y de los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales. Son instancias de ayuda (…) Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni gestores (…) Debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del sínodo, porque la actual parece estática (…) Para las relaciones ecuménicas es importante una cosa: no solo conocerse mejor, sino también reconocer lo que el Espíritu ha ido sembrando en los otros como don también para nosotros”.

Estos son algunos fragmentos de la entrevista con el papa Francisco, donde se visualiza la Iglesia con la que él sueña. Una Iglesia de la misericordia, una buena samaritana. Monseñor Óscar Romero es uno de los obispos que dejaron huella profunda en esa rica y martirial tradición eclesial. Recordemos que su legado fue el de una Iglesia encarnada en el mundo (porque Dios actúa en la historia humana); comprometida con la causa de los pobres (porque son víctimas de la injusticia); una Iglesia pueblo de Dios (en la que se valora el aporte de hombres y mujeres de la comunidad eclesial); arraigada en la mejor tradición universal y latinoamericana (Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla y doctrina social de la Iglesia); y coherente con el testimonio martirial (una vida para la justicia y la fraternidad).

En fin, hablamos de una Iglesia que proclama la centralidad del Reino de Dios; que es movida a la misericordia por el sufrimiento del otro; una Iglesia del buen pastor que acompaña, comprende, anima; una Iglesia que valora los carismas y ministerios; que propicia la participación activa de laicos y laicas en su vida y misión. En palabras del teólogo Jon Sobrino, cuando la Iglesia sale de sí misma para ir al camino en el que se están los heridos, entonces se descentra realmente y se asemeja en algo sumamente fundamental a Jesús, quien no se predicó a sí mismo, sino que ofreció a los pobres la esperanza del Reino de Dios. Una Iglesia de la misericordia sí tiene futuro, genera esperanza y credibilidad. Puede ser una luz que nos ayude a vernos como miembros de una misma familia. Los gestos y las palabras del papa Francisco animan a ponernos en el camino de esa Iglesia que soñamos.

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