jueves, 17 de octubre de 2013

Entre Dios, la fe y su voluntad.


Existe un punto crucial en nuestro diario caminar y, aunque nos cueste reconocerlo, para entender la voluntad divina no siempre existirán respuestas claras, lógicas o sencillas. De hecho, la falta de comprensión afecta tanto al creyente maduro como al iniciado en la fe. Lo cierto es que esta realidad seguirá presentándose como un abismo entre nuestras pretensiones humanas y las intenciones altas, nobles y perfectas de Dios (Isaías 55:8).

Seamands (1986), provee una interesante ilustración; él relata un cuento de un niño llamado Philip que había nacido con una discapacidad física. Este niño escuchó que si pedía con fe Dios podía sanarlo, y así lo hizo antes de acostarse; se miró los pies torcidos y después de su oración se durmió. A la mañana siguiente al despertar lo primero que hizo fue descubrirse los pies, que seguían tan deformados como siempre. El niño se quedó muy desilusionado y herido. “Esta experiencia es el comienzo de la pérdida de su fe”, nos relata el autor (Dejando a un Lado lo que es de Niño, 1986,39).

La historia de Philip se repite una y otra vez. Muchas personas caminan por la vida heridas, lastimadas y frustradas, porque creyeron que Dios iba a responder indiscriminadamente a todas sus oraciones cuando en realidad, algunas situaciones se tornaron aún más difíciles y espinosas.

La Biblia nos anima a creer que Dios puede hacer grandes cosas. Jesús también nos exhortó a tener fe: “Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración” (Mateo 21:22 N.V.I.). Pero una mala interpretación y aplicación de pasajes como éste, nos han llevado a juzgar, criticar y fabricar respuestas ligeras e irresponsables, en un intento de resolver esta incógnita bíblica y teológica.

Quien escribe tuvo un hermano que nació con una severa discapacidad mental. De niño mi madre nos llevaba a todos los servicios cristianos y siempre era la primera en pasar al frente para pedir sanidad por mi hermano. Desde pastores pentecostales hasta los más reservados y recatados oraron una y mil veces, pero él nunca fue sano.

Recuerdo a varios de estos pastores insensibles culpando a mi madre y a mi padre, porque debido a su “falta de fe” mi hermano no se sanaba. ¡Qué grave error y que pésima representación cristiana de estos líderes!

Aún recuerdo a mi madre regresando cabizbaja al hogar casi derrotada, culpándose o culpando a mi padre de que por esta “incredulidad” Dios no había obrado.

Gracias a experiencias de adolescencia como esta tuve serias dudas acerca de Dios, de su amor, y durante años fui rebelde. No fue fácil para mí salir de ese pozo oscuro, me costó años restablecer mi fe, confianza y compresión en Dios.

Hay muchas circunstancias que no entendemos, ni las entenderemos en esta vida. Ante todo, Dios responderá conforme a sus propósitos y no siempre de acuerdo con nuestros deseos, a pesar de que estos puedan ser nobles y nuestras necesidades muy urgentes y reales.

Las buenas nuevas en la Biblia nos enseñan que Dios es un Padre amoroso y desea lo mejor para nosotros, y a pesar de los valles de sombra que atravesemos, podemos tener la seguridad de que él estará allí con nosotros.

Bien haríamos en recordar que con él hemos encontrado tiempos de alegría, gozo y respuestas hermosas, que han llegado a nuestras vidas cuando menos las esperábamos, y aún más allá de lo solicitado. Pero creer que por estar en Cristo hay una garantía ilusoria de vivir en “un jardín de rosas”, lejos de los problemas, es otro extremo.

Mi hermano murió hace pocos años, pero me queda la satisfacción de que mis padres hicieron todo lo posible por darle la mejor atención mientras vivió, y ahora él se encuentra con mi padre quien también está gozando de la presencia del Señor.

Hemos escuchado acerca de John Newton (1725-1807), pastor inglés quien en vida escribió uno de los más celebres himnos: “Sublime Gracia” (Amazing Grace). Pocos conocemos otro himno que nos permita comprender más la forma en la que Dios responde como instrumento para nuestra formación:

Le pedí al Señor que pudiese crecer en fe, en amor, y en toda gracia, que pudiese conocer de su salvación, y buscar más intensamente su rostro. Tenía la esperanza de que en alguna hora feliz hubiera de contestar al instante mi súplica, y mediante el poder compulsivo de su amor dominar mis pecados, y brindarme descanso. En lugar de eso, me hizo sentir el mal escondido en mi corazón; y permitió que coléricos poderes del infierno asaltaran mi alma por todas partes. No sólo eso; con su propia mano parecía decidido a agravar mi dolor; contrariaba todos los planes honestos que me trazaba, marchitaba mis huertas, y me dejaba tendido.

Señor, ¿por qué es esto?, gemí tembloroso, ¿perseguirás a tu gusano hasta la muerte? Es de este modo, contestó el Señor, que yo contesto la oración que pide gracia y fe. Utilizo estas pruebas interiores para liberarte de ti mismo y de tu orgullo y para deshacer tus proyectos de gozo terrenal para que busques en mí el todo para ti.

La respuesta de Dios llegará, tal vez no como esperamos o deseamos; llegará de acuerdo con su voluntad y a sus propósitos para nuestra vida. ¿Pero estamos dispuestos a abrazar esa voluntad? Muchas veces la oración no cambia las cosas pero cambia la forma en que se ven las cosas. Sólo así estaremos en condiciones de vivir con esperanza, paz y confianza en Cristo Jesús.



Alexander Cabezas


Alexander Cabezas Mora, costarricense. Consultor en temas de niñez e iglesia. Profesor de varios seminarios teológicos en Costa Rica. Tiene una maestría y una licenciatura en teología y un bachillerato en Educación Cristiana.

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