lunes, 24 de marzo de 2014

Alimentos transgénicos y el valor de la prueba experimental.




Julio Muñoz Rubio

Una de las características generalmente admitidas del llamado método científico es la capacidad de corroboración (o falsación) de las hipótesis postuladas para explicar tal o cual fenómeno, mediante el experimento. El experimento es la prueba clara de la veracidad o falsedad de toda hipótesis y –postulan las posiciones cientificistas– proporciona evidencia pura, está más allá de intereses o ideologías, provee de los datos necesarios e indispensables para aceptarla o rechazarla.

Quienes han construido esta concepción cartesiano-positivista hegemónica en ciencia parten también de presupuestos como estos:

La ciencia es una sola y dentro de cada problema que formula hay un solo un camino para ofrecer pruebas a favor o en contra.

La ciencia se encuentra fuera de todo tipo de intereses externos a ella (políticos, económicos, ideológicos).

La ciencia es superior a toda otra forma o tradición de conocimiento.

Podemos refutar estos presupuestos si dejamos de concebir abstractamente a la ciencia y en cambio la situamos en su contexto social. Para empezar, debe considerarse que la ciencia no es una actividad homogénea, igualmente practicada por cualquier integrante de una comunidad, sustrayéndose al carácter de las teorías, metodologías y concepciones del mundo que sostiene y apartándose de su ubicación dentro del entramado de relaciones de poder y de clase. El criterio de evidencia a favor o en contra de una teoría no puede desprenderse de estas relaciones e intereses.

Parte del debate acerca de los alimentos transgénicos ha sido dilucidar si se trata de un debate científico opolítico. En este contexto, la posición cientificista ha sido sostenida principalmente por los partidarios de la comercialización de estos alimentos. Quienquiera que se oponga a comercializar estos alimentos debe mostrar la prueba, la evidencia universal de su peligrosidad. Mientras esto no se haga los transgénicos son inocuos por decreto (no por evidencia científica).

Surgen aquí varias preguntas: ¿cuándo se podrían mostrar las pruebas definitivas que den o quiten la razón a un punto de vista u otro acerca de los efectos de la liberación de alimentos transgénicos? ¿Cuáles son las pruebas científicas válidas y cuáles no? ¿Se puede decidir esto por fuera de las relaciones de poder?

El cientificismo manejado desde las oficinas y laboratorios de Monsanto, Syngenta o Du Pont está mañosamente anclado en una obsoleta concepción de lo que es la ciencia y sus objetos de estudio. Es la que a estas empresas les conviene sostener aunque no tenga valor de verdad alguno. Es una concepción propia de los siglos XVII y XVIII, de la física newtoniana, no de una ciencia de los sistemas complejos: seres vivos, ecosistemas, sociedades y culturas.

Fuente: La Jornada

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