miércoles, 16 de abril de 2014

El Dios discapacitado.


Nicolás Panotto.

Así se titula el libro de la teóloga Nancy Eiesland -quien nació con una discapacidad congénita-, el cual representa un sueño que ella tuvo de joven, en el que vio a Dios acercársele en silla de ruedas. Ese sueño la llevó a reflexionar profundamente sobre la identificación de Dios con las y los discapacitados/as, y sobre cómo se redefine el sentido mismo de encarnación a la luz de su experiencia y corporalidad. La pregunta es: ¿qué significa que Dios se hace cuerpo desde la perspectiva de la discapacidad.

Este interrogante representa un elemento central en la búsqueda de pautas bíblico-teológicas sobre un tema en particular. Toda construcción teológica se apoya en una comprensión y definición de lo divino. Las preguntas y circunstancias de la historia interpelan nuestras imágenes de Dios, así como nuestras construcciones teológicas redefinen los transitares cotidianos. Instaura esa tensión constitutiva de lo teológico, casi irresoluble pero positiva, al mantener vivo el movimiento de la fe y la espiritualidad.

Sin ser exhaustivo quiero reflexionar sobre dos puntos que considero centrales: En primer lugar, la discapacidad desafía nuestras normatividades sociales, antropológicas y, por ende, religiosas y teológicas. Mi hermano menor, Juan Marcos, de 30 años de edad, tiene una lesión cerebral desde pocos días de haber nacido. Él nunca pudo hablar fluidamente y con el tiempo perdió aún más la posibilidad de realizar enunciados verbales; con todo, siempre ha sabido expresar cuando se enoja, cuando está feliz, cuando tiene una dolencia. Recuerdo sus manos y dedos suaves sobre mi brazo, haciendo un juego de movimientos con los que yo podía saber si me estaba haciendo un chiste, si quería jugar o si estaba molesto. Lo cual se complementaba con una mirada profunda (ya que, frente a la imposibilidad de hablar, ella se transforma en un medio central de comunicación) o una gran sonrisa, dependiendo el momento.

Estas vivencias cuestionaron mi manera de comprender las formas generalizadas en que definimos la comunicación y los afectos, especialmente, la mediación ordenada y lógica de la razón –elemento que representa la herencia occidental que tanto atraviesa nuestra antropología social y teológica- como único medio de construir un sentido vivencial y discursivo. En otros términos, implicó repensar estándares de “normalidad”, los cuales son también una construcción social, en vistas de lograr nuevas concepciones sobre lo relacional, lo afectivo, la inteligencia, entre otros elementos, desde una redefinición de lo gestual y lo corporal, más allá de la centralidad de la razón.

Lo anterior nos lleva a un elemento teológico central: la imago Dei. La imagen de Dios en cada uno/a refiere a ese lugar que tenemos en lo divino y la capacidad intrínseca de “trascendernos”, o sea, de ser más de lo que somos o de lo que nuestras circunstancias nos habilitan. Es en esa imagen donde encontramos y potenciamos la dignidad que tenemos en Dios, y nuestro fundamento para trabajar en pos de que sea vivenciada en nuestros contextos. Todos/as somos “nuevas criaturas” en Cristo, en quien se recrea por completo la humanidad plena simbolizada en Adán (Ro. 7, 1 Co 15.22).

Cuando hablamos de la encarnación de Dios en Jesús, no nos referimos a un tipo ideal de corporalidad. Cuando hablamos de imago Dei, tampoco lo hacemos a una lista de características particulares predeterminadas. Hablamos, más bien, del lugar que tenemos en y con Dios, y por ende en la historia. Ese lugar rechaza todo tipo de exclusión, especialmente de las que creamos con nuestros preconceptos sociales (por lo tanto, subjetivos, pasajeros y cuestionables) sobre el cuerpo, lo normativo y las relaciones.

Un segundo punto muy relacionado es que la discapacidad cuestiona nuestras concepciones del cuerpo. Las/los discapacitadas/os, ¿son personas con “defectos” y “anormales”? Quienes tenemos la posibilidad de vivir cerca de una persona con discapacidades, sabemos lo sorprendente que es la adaptación de su cuerpo –y por ende, de su sociabilidad- para adentrarse a nuevas circunstancias. Esto nos lleva a pensar, nuevamente, sobre cómo nuestras preconcepciones sobre la corporalidad y su “normalidad” implican juicios morales y prácticas sociales (muchas veces de exclusión y discriminación) hacia la discapacidad.

Hay dos elementos teológicos a considerar sobre este tema. El primero ya lo hemos mencionado, y es la relación entre encarnación divina y corporalidad. En este acto, el cuerpo se valoriza como medio de relevación. No existe una caracterización específica de cuerpo (como solemos ver en algunas imágenes que presentan a un Jesús blanco, alto y rubio, con un claro aspecto europeo), sino que el cuerpo mismo es reconocido como espacio de acción divina en la historia. Todo esto nos afirma que Dios valora el cuerpo en su potencial histórico y viviente. Y también nos lanza algunas preguntas: ¿Cuáles son nuestras creencias del cuerpo? ¿Cómo intervienen en nuestra visión y relación con los/las discapacitados/as? ¿Cómo podemos redefinir nuestro concepto de cuerpo en relación con la discapacidad y su lugar primordial en la forma en que Dios se revela en la historia?

Un segundo elemento es el de las sanaciones, otro tema central en el texto bíblico. Cuando Jesús cura personas con algún tipo de discapacidad, ¿lo hace debido a esa condición particular o para restaurar su lugar dentro del contexto? La teóloga Nancy Lane llama la atención a tener cuidado de no utilizar una “teología de la víctima” a la hora de ver los relatos de sanación en el Nuevo Testamento, donde se tiende a comprender la discapacidad como un castigo o la cura como una forma de rechazo hacia la discapacidad en particular. Un atento trabajo exegético arroja una comprensión muy distinta. Por un lado, “milagro” significa literalmente signo o señal, lo que implica que esos hechos tienen una intención puntual en un contexto específico y más amplio, y no es una acción enfocada específicamente a la persona y su situación concreta. Por otro lado, cuando comprendemos que las personas con discapacidad eran violentamente excluidas de la sociedad de entonces por su “impureza” (¿como hoy?), entendemos que los actos de Jesús se relacionan más con la restauración de un lugar social, que con un juicio de su condición específica.

Estas breves reflexiones pretenden llevarnos a “ir hacia atrás” y analizar cuáles son las cosmovisiones de Dios que legitiman y fundamentan nuestras cosmovisiones y acciones en torno a la discapacidad. Muchas veces podemos encontrar prácticas de piedad, pero que en el fondo se siguen sosteniendo en una visión excluyente de lo bello, lo corporal y lo social, y que estigmatiza como inferiores e imperfectos a las personas con discapacidad, cuando no lo son. Dios dignifica el cuerpo en su potencial más que en su condición concreta. La luchas por la inclusión y la liberación implican una transformación en los espacios de sentido y acción que habilitamos, hacia la construcción de nuevas imágenes, visiones y prácticas que lleven a un nuevo lugar de los/las discapacitados/as en nuestras sociedades e iglesias.
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Publicado originalmente en Revista Red Viva, Nro. 68, pp.16-17

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