jueves, 19 de junio de 2014

La formación política: herramienta para el cambio, instrumento para la resistencia.


Uno de los debates fundamentales giró en torno a la naturaleza y los objetivos que los procesos de formación política tienen, en función de las coyunturas políticas que se viven en cada país


Abya Yala, 18 de junio, 2014.- En el marco del III Encuentro Internacional de Escuelas Indígenas de Formación Política (EIFP), celebrado en Cochabamba, Bolivia, entre el 1 y el 6 de junio se plantearon distintas cuestiones que afectan al desempeño de estas experiencias y que influyen en su capacidad de participar en cambios estructurales en beneficio de los pueblos.

Uno de los debates fundamentales giró en torno a la naturaleza y los objetivos que los procesos de formación política tienen, en función de las coyunturas políticas que se viven en cada país. Dichas coyunturas son heterogéneas y extremadamente complejas y sin duda condicionan las propuestas de las escuelas, sus metodologías y sus contenidos.

Por un lado, en países como Colombia y Guatemala, donde los pueblos indígenas enfrentan un escenario de conflicto profundo que se concreta en forma de agresiones permanentes, de criminalización contra los movimientos sociales y de exclusión étnica y de género, las escuelas se convierten en un instrumento imprescindible para la resistencia cultural y popular. Para mantener la identidad, para defender el territorio y, en muchos casos, para levantar la defensa de la vida física de dirigentes y comunidades que viven en permanente amenaza.

En el lado opuesto está Bolivia. Aquí las escuelas han jugado y juegan un papel fundamental en la construcción del proceso de transformación que -con innumerables contradicciones- está en marcha. Y lo hacen formando a dirigentes que ejercen cargos institucionales y fortaleciendo a unas comunidades cada vez más empoderadas, que necesitan insumos para la elaboración de sus planes de vida y sus proyectos de autonomía.

En este camino, también deben enfrentar enormes retos, como el riesgo real de cooptación de dirigentes, la naturaleza colonial y patriarcal que persiste en el Estado y las contradicciones de un Gobierno y unas instituciones públicas deudoras de un modelo extractivista que únicamente con la presión social abordan políticas realmente transformadoras.

Finalmente, encontramos la compleja situación que atraviesan las escuelas indígenas en el Ecuador. Mientras el discurso del Gobierno se sigue situando en el eje del Sumak Kawsay y la construcción de un Estado Plurinacional, la práctica de las instituciones está atacando las líneas de flotación del movimiento indígena.

Así, recientemente, una decisión política obligó a la clausura de la Universidad Intercultural Amawtay Wasi y otra, acabó con el sistema de educación intercultural bilingüe que funcionaba incluso bajo Gobiernos neoliberales.

Frente a todo ello, las escuelas asumen un doble desafío: por un lado, desvelar las contradicciones y la incoherencia de un proceso que se autodefine como transformador y por otro, seguir avanzando en la construcción de la alternativa. “Necesitamos una verdadera revolución desde la educación, es decir, una formación realmente comunitaria, que tome en cuenta los distintos saberes de los pueblos.”

No obstante y a pesar de todas las diferencias existentes, las escuelas sí comparten entre ellas un objetivo: la reconstrucción y la defensa de la autonomía de los pueblos indígenas. Autonomía territorial, pero también política y económica.

Y para ello, como señala Clemente Salazar -dirigente de base de las Comunidades Interculturales de Bolivia y participante en la Escuela de Formación de CEFREC- “necesitamos una verdadera revolución desde la educación, es decir, una formación realmente comunitaria, que tome en cuenta los distintos saberes de los pueblos”.

Luis Macas, director del Instituto Científico de Culturas Indígenas (ICCI), abunda en esta idea: “lo que se hace en estos espacios formativos es complementar el conocimiento comunitario, no suplirlo. Los temas son decididos por las organizaciones locales, en base a las necesidades de cada comunidad”. Y ello desde la certeza de que “no vamos a transformar la realidad a través de la escuela tradicional, que es colonial”.

Rosalba Velasco, de la Casa de Pensamiento de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, (ACIN), de Colombia, concreta lo que esto significa: “más que una escuela, se trata de procesos formativos levantados desde las comunidades”, procesos de largo plazo que fortalecen al movimiento indígena y que deben ser asumidos por las organizaciones y las autoridades propias como un aporte fundamental para su propuesta de transformación.

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