miércoles, 20 de agosto de 2014

Una religión del corazón en la transparencia de la fe.


Román Díaz Ayala

Estableciendo la tesis de que toda doctrina se construye sobre un conjunto de creencias, el concepto se hace válido para la religión, la política, las ideologías, y está en todas las formas y modos del pensamiento en el conjunto social.

La religión tiene evidentemente una factura humana y las creencias con que se sustenta, un sello creador inconfundible. Nuestros cristianismos, en todas sus ramas doctrinales, no se diferencian de otras religiones de hoy o que haya habido a lo largo de la existencia humana.

Una religión organizada supone un intento colectivo de dar una explicación fuera de los elementos humanos y la búsqueda de respuestas a los interrogantes de la existencia. La divinidad es la necesidad de cubrir ese vacío como el aire tiene la tendencia a ocuparlo en la naturaleza.

Dios fue concebido así como el aire vital, o tal vez, un poco más allá, siendo el causante o hacedor de tal fluido que llena los pulmones dándonos la vida. Y si por causa de ello tenemos existencia, la religación se hace presente con aquellas formas de piedad que apelan a lo divino.

Con el Renacimiento se hizo patente que la Europa medieval había iniciado un largo camino hacia la racionalidad en lo cultural y científico, abarcando la filosofía y la teología. Se buscaba poder encontrar en el trasfondo de las creencias las intuiciones profundas del espíritu humano en un nuevo humanismo, como una impronta que enseguida se demostraba a partir del momento de nacer. Fue la época de la concreción de las creencias escindiendo la uniformidad de pensamiento y luego la búsqueda de otras fuentes de verdad. La fe en la razón fue convertida en otra creencia en sustitución a la divinidad.

En pleno siglo XX la Modernidad evidenció su crisis en los planteamientos no resueltos en los planos emocionales y de configuración del pensamiento. La crisis se extendió por el momento posmoderno hasta hoy envuelta en sus contradicciones y en los nuevos conflictos.

“Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Del Evangelio de San Juan)

Sin temor a equivocación podemos decir que Jesús afrontó la religión y sus creencias situando tal fenómeno de manera distinta a como lo suelen hacer expertos y especialistas de las ciencias y de la fe.

Cierto que la religión de Israel, y su configuración judeo-cristiana, fue la gran contribución al patrimonio cultural universal. Iniciado con una pequeña agrupación de tribus semitas en las periferias de los grandes centros de civilizaciones del Fértil Creciente y el Mediterráneo, con su culto al Dios único y creador de todo, quien intervenía irrumpiendo de forma salvadora estableciendo sus designios en la historia humana.

Jesús se presentó públicamente como el sí a tales pretensiones históricas de su pueblo. Era la común fe religiosa de judíos y samaritanos. Sentados junto al pozo de Jacob, la mujer escuchaba las palabras del rabino llegado de Jerusalén que anunciaba lo antiguo de forma interpretativamente nueva.

Existió una honda corriente profética anunciadora de una auténtica piedad alejada de ritualismos estériles. El monoteísmo y la espera de salvación precisaban de una conducta moral. La santidad de Dios pone de manifiesto y evidencia las impurezas humanas, porque el pecado, y no la ignorancia, hace separación entre la humanidad y el Creador.

Jesús, constituido rabino, maestro de Israel, nos plantea una Nueva Alianza exigente con una religión interior, del corazón, que prescinde o trasciende sobre todas nuestras creencias vitales y actitudes rituales. No se trata de creer en el Templo o en el monte, porque Dios habita dentro de nosotros los humanos y busca hacerlo de una manera nueva divinizándonos para el culto verdadero.

Para plantearnos este tema de una manera seria precisamos descubrir si nuestra búsqueda consiste en llegar a sentirnos cómodo en nuestra propia religión abundando en nuestros pensamientos en la sustitución de algunas formas de relaciones o de creencias. Por el contrario podríamos comprender que en el mensaje de Jesús persiste un algo nuevo, un plus indicador de que es Dios realmente quien se está poniendo en contacto con la humanidad, con cada ser humano tras el anuncio de la Buena Nueva.

Deriva, entonces, una pregunta crucial: ¿Es el mensaje o, la persona de Jesús, lo definitivo? ¿Un hombre que dice cosas estupendas, o la persona estupenda que me pone en comunicación con Dios?

Volvamos a esa intuición profunda con que hemos hecho un intento de definición de fe a diferencia de creencia. Cuando Jesús hablaba con las gentes según se desprende de los textos evangélicos las cosas solían quedar en tablas en la aceptación o el rechazo. Eran momentos o situaciones en que los intervinientes experimentaban el gran poder de Dios en las palabras de Jesús o en sus acciones produciendo el milagro de la conversión, que es la presencia activa y manifiesta de la fe.

Podemos concluir que la fe se vigoriza cuando descubrimos en la persona de Jesús al Dios que salva, que se hace presente, que indica el medio para llegar hasta Él y permanecer en su presencia, en una nueva relación superadora de nuestras personales creencias.

Fuente: ATRIO

No hay comentarios:

Publicar un comentario