domingo, 2 de noviembre de 2014

Los peligros del Pastor.


Fragmento extraído del libro 'De pastor a pastor' de Hernandes Dias (Clie, 2013).


El pastor es un hombre que necesita dominio propio. Hay momentos en que una reacción desenfrenada echa todo a perder. La precipitación en el hablar puede generar grandes contiendas y conflictos. Un fragmento de 'De pastor a pastor' (2013), de Hernandes Dias. 


He andado por todo Brasil y he predicado en centenas de iglesias, de muchas denominaciones. He conversado con centenas de pastores y líderes de la iglesia evangélica brasileña. He visto muchas cosas maravillosas: pastores fieles predicando con cuidado la Palabra de Dios, vidas siendo transformadas por la acción regeneradora del Espíritu Santo. He visto hogares siendo cambiados e iglesias siendo edificadas en la verdad. Pero, por otro lado, también he visto otro escenario. Un escenario gris y tempestuoso, señalando la presencia de una tempestad devastadora. Se trata de una crisis de integridad teológica y moral en la clase pastoral. Esa crisis está esparciéndose rápidamente como un rastro de pólvora, alcanzando a toda la iglesia. Las consecuencias de ese terremoto abalan las propias estructuras de la sociedad. 

Viajo con determinada constancia a Canadá y Estados Unidos. A veces, cuando estoy en la inmigración y al decir que soy pastor, de inmediato soy dirigido a una sala especial, para dar aclaraciones más profundas sobre mis motivaciones para entrar en el país. 

Hace unos años, el simple hecho de presentarse como pastor, las puertas se abrían; hoy las puertas se cierran. Conozco pastores a quienes se les impidió concretar la compra de un vehículo a crédito porque la empresa supo que el comprador era pastor. La clase pastoral vive la crisis del descrédito. Hace unos años cuando una joven era candidata para casarse con un pastor, era como un pasaporte para un matrimonio feliz. Hoy en día, casarse con un pastor es como un contrato de riesgo. Hay pastores que son espectaculares en el púlpito, pero en la casa tienen un resultado mediocre. Con las ovejas son amables, pero agresivos con la esposa. Hay muchos pastores con crisis en sus matrimonios. Hay muchos hijos de pastor rebeldes e inclusive decepcionados con la iglesia. 

Tengo la convicción de que la crisis moral que afecta la humanidad salpica la iglesia y se refleja en la crisis moral que está presente en el ministerio pastoral. Una investigación reciente en Brasil señaló que los políticos, la policía y los pastores son las tres clases más desacreditadas del Brasil. Estamos viviendo una inversión de valores. Estamos viviendo una crisis de integridad. Aquellos que deberían ser los guardianes de la ética tropiezan en ella. Aquellos que deberían ser el paradigma de una vida sin tacha están involucrados en escándalos vergonzosos. 

Mi observación es que los pastores están bajo serios peligros y a continuación menciono algunos: 

Existen pastores no convertidos en el ministerio.

Es doloroso que algunos de aquellos que se levantan para predicar el evangelio a los demás no hayan sido alcanzados aún por el mismo evangelio. Hay quienes predican arrepentimiento sin que jamás lo hayan probado. Hay quienes anuncian la gracia sin que jamás hayan sido transformados por ella. Hay quienes conducen los perdidos a la salvación y aún están perdidos.[1] 

Judas Iscariote fue apóstol de Jesús. 

Fue el único en el grupo que recibió un cargo de confianza. Fue nombrado para cuidar de la tesorería del grupo apostólico. Disfrutaba de la total confianza de los demás discípulos. Jamás hubo alguna sospecha sobre su integridad por parte de ellos. Aún en la cena, cuando Jesús lo señaló como el traidor, los otros discípulos no comprendieron de qué se trataba. Judas inicialmente lidero a los discípulos en un gesto de rebelión contra la actitud de María, que rompió un frasco de perfume, muy caro para ungir a Jesús. Él era un filántropo falso. Él era un ladrón. Su corazón no era recto ante Dios. Sus intenciones no estaban de acuerdo con los propósitos divinos. Con seguridad él le predicó a los demás, pero no se predicó a sí mismo. Llevó a otros a la salvación, pero él no fue alcanzado por la salvación. Él vivió una mentira. Su vida fue una falsedad. Su muerte fue una tragedia. Su destino fue la perdición. 

En el siglo 17, Richard Baxter, un puritano de Escol en Inglaterra, en su famoso libro, El pastor aprobado, ya advertía hacia la existencia de pastores que tenían que nacer de nuevo. Jesús dijo al maestro de la religión judía, uno de los principales judíos, llamado Nicodemo, que, si no naciera de nuevo, no podría ver el Reino de Dios y, si él no naciera del agua y del Espíritu, no podría entrar en el Reino de Dios.[2] 

Hace unos años, después de predicar en un congreso evangélico, un pastor vino a mi encuentro con la cara llena de lágrimas. Él me abrazó y me dijo: “Yo soy pastor hace años. Prediqué el evangelio a millares de personas. Llevé varias personas a Cristo, pero solamente hoy estoy pasando por la bendita experiencia del nuevo nacimiento. Aún no era un hombre convertido y salvo”. 

Existen pastores que no ejercen el ministerio por vocación. 

John Mackay, presidente del Seminario de Princeton, en New Jersey, en los Estados Unidos, en su libro El sentido de la vida, trata de esa gran y fundamental cuestión para la sociedad: la vocación. No podemos subestimar ese tema. Debe ser discutido en el hogar, en la iglesia, en la academia y en las más nobles instituciones humanas. El sentido de la vocación es uno de los sentidos superiores del hombre. Es el sentido que lo lleva a realizar, sin interés de por medio y denuedo, los más grandes trabajos. En los En los momentos sombríos, le da luz; en los transes difíciles, les da nuevo ánimo. En mi libro Mensajes seleccionados, menciono tres verdades importantes sobre la vocación.

En primer lugar, la vocación es el vector que rige lo que escogemos. Vivimos en una sociedad embriagada por la ganancia. Las personas son valoradas por lo que poseen, y no por la dignidad del carácter. El dinero y la ganancia se vuelven los vectores de las alternativas profesionales. En el mercado global y consumidor, la ganancia es el oxígeno que riega los pulmones de la sociedad. La riqueza en sí no satisface, pero el sentimiento del deber cumplido, movido por la palanca de la vocación, trae una alegría indescriptible. 

En segundo lugar, la vocación es la conciencia de estar en el lugar correcto, haciendo las cosas correctas. Quizás el problema de la vocación sea el problema social más grave y urgente, aquel que constituye el fundamento de los demás. El problema social no es solamente una cuestión de división de riquezas, productos del trabajo, sino un problema de vocaciones, modos de producir. ¡Es una tragedia muy grande cuando una gran cantidad de hombres de un país busca cargos, en lugar de vocaciones! 

En tercer lugar, la vocación puede ser tanto una inclinación como un llamado. De manera general se encuentra la vocación por medio de una de estas dos alternativas: el descubrimiento de una capacidad especial, o la visión de una necesidad urgente. La vocación para el ministerio es un llamado específico de Dios, unido por una necesidad urgente y una capacitación especial. 

Existen muchos pastores que jamás fueron llamados por Dios para el ministerio. Ellos son voluntarios, pero no tienen vocación. Entraron por los portales del ministerio por influencias externas, y no por un llamado interno y eficaz del Espíritu Santo. Fueron motivados por la seducción del status ministerial o fueron movidos por el glamour del liderazgo pastoral, pero jamás fueron separados por Dios para este menester. 

Existen aquellos que entran en el ministerio con la motivación equivocada. Abrazan el ministerio por causa de las ganancias; otros, debido a la fama; aún otros, por acomodación. Hay los que intentan exámenes de admisión para medicina, derecho, ingeniería y, por no conseguir éxito, concluyen que Dios los está llamando para el ministerio. Alabo la posición de John Jowett, cuando dice en su libro El predicador, su vida y su obra que la convicción del llamado y la seguridad de la vocación no suceden cuando vemos todas las puertas cerrándose y, después, contemplamos la puerta abierta del ministerio. Vocación es cuando usted tiene todas las demás puertas abiertas, pero solamente consigue ver la puerta del ministerio. Vocación es como cadenas invisibles. Usted no puede huir permanentemente de ese llamado. El profeta Jeremías intentó desistir de su ministerio, pero eso fue como fuego en sus huesos. 

Existen pastores perezosos en el ministerio. 

Es lamentable que haya aquellos que abrazan la más sublime de las vocaciones y sean negligentes en su aplicación. Es deplorable que haya pastores que tienen las manos débiles en la más importante y urgente de las tareas. Es incomprensible que algunos que ejercen un trabajo que a los ángeles les gustaría hacer sean renuentes y demorados en la obra. 

El ministerio es un trabajo excelente, pero también es un trabajo arduo.[3] El apóstol Pablo dice Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar.[4] Es importante destacar que el ejercicio del ministerio implica esmerarse en el estudio de la Palabra. Los perezosos jamás cavarán las profundidades de la verdad. Ellos jamás se van a esmerar en la búsqueda de alimento nutritivo para el pueblo. Ellos jamás se van a empeñar en proteger a las ovejas de Cristo.[5]

Pablo dice que Si alguno anhela obispado, buena obra desea.[6] El pastoreo es una obra, y una excelente obra. No es una obra para gente perezosa, pero una obra que exige cualquier esfuerzo, todo empeño y todo cuidado. 

Existen pastores que duermen demasiado, trabajan poco y quieren todas las recompensas. Quieren bonificaciones sin ningún esfuerzo. Quieren los laureles, pero jamás la fatiga. Quieren las ventajas, jamás el sacrificio. Es triste notar que muchos pastores no dan todo de sí mismos hasta el punto de quedar exhaustos. Son obreros descuidados, pastores de sí mismos, que se apacientan a sí mismos, en vez de pastorear el rebaño. Quieren facilidades y ventajas personales, sin que jamás inviertan su vida en la vida de las ovejas.[7] 

 Existen pastores codiciosos en el ministerio.

Existen pastores que están más interesados en el dinero de las ovejas que en su salvación. Existen pastores que hacen del ministerio un negocio, mercadean con la Palabra y transforman la iglesia en un negocio que ofrece muchas utilidades.[8] Existen pastores que organizan iglesias como una empresa particular, donde prevalece el nepotismo. Transforman el púlpito en una vitrina, el evangelio en un producto, el templo en una plaza de negocios, y a los creyentes en consumidores. Son obreros fraudulentos, codiciosos, avaros y engañadores. Son amantes del dinero y están embriagados por la seducción de la riqueza.


Existen pastores que cambian el mensaje para obtener más utilidades. Predican prosperidad y engañan al pueblo con predicaciones tendenciosas para llenarse a sí mismos. 

Estamos viendo hoy en día el fenómeno de la mercantilización de la fe. Pastores y más pastores están saliendo de la estructura eclesiástica y rompiendo con sus denominaciones para crear ministerios particulares, en el que el líder se vuelve el dueño de la iglesia. La iglesia pasa a ser una propiedad particular del pastor. El ministerio de la iglesia se vuelve un gobierno de dinastía, en el que la esposa es ordenada, y los hijos son sucesores inmediatos. No dudamos que Dios llama a algunos para el ministerio específico y que toda la familia esta involucrada en el proyecto, pero la multiplicación sin escrúpulos de ese modelo es muy preocupante. 

Existen pastores inestables emocionalmente en el ministerio Existen pastores enfermos emocionalmente en el ejercicio de su pastorado. Deberían ser pastoreados, pero están pastoreando. Deberían ser cuidados, pero están cuidando de los demás. Deberían estar siendo cuidados emocionalmente, pero están ayudando a otros. 

Las iglesias tienen que tener mejor criterio en el envío de candidatos a los seminarios. Un pastor sin equilibrio emocional puede traer grandes pérdidas para sí mismo, para su familia y para la iglesia. 

El ministerio tiene sus complejidades y exige obreros adecuados y emocionalmente saludables. El pastor lidia con tensiones y si no es una persona centrada y equilibrada, se resquebraja emocionalmente y puede generar conflictos a su alrededor. Muchos problemas en las iglesias fueron creados por la falta de habilidad de sus pastores. La dirección equivocada de una situación aparentemente simple, puede desencadenar problemas que difícilmente serán resueltos. 

El pastor es un hombre que necesita dominio propio. Hay momentos en que una reacción desenfrenada echa todo a perder. La precipitación en el hablar puede generar grandes contiendas y conflictos. La manera equivocada de hablar puede desencadenar verdaderas guerras dentro de la iglesia. La truculencia en el actuar puede abrir heridas incurables en las relaciones interpersonales. 

No hay región más resbalosa para un obrero frágil emocionalmente que la oficina pastoral. Muchos pastores han naufragado en las aguas revueltas de ese secreto lugar. Más de 50% de las personas que entran en una oficina pastoral son del sexo femenino, y más del 50% de los asuntos tratados están relacionados a la vida sentimental y sexual. Un pastor emocionalmente vulnerable se puede involucrar emocionalmente con sus aconsejadas o dejarse involucrar por ellas. Existen varios pastores que perdieron el ministerio dentro de la oficina pastoral. Son como Sansón, verdaderos gigantes en determinadas áreas de la vida, pero débiles emocionalmente, que se derriten ante la seducción y pierden la visión, el ministerio, la familia y la propia vida.

[1] Mateo 7:21-23 [2] Juan 3:3, 5 [3] 1 Timoteo 3:1 [4] 1 Timoteo 5:17 [5] Hechos 20:29,30 [6] 1 Timoteo 3:1 [7] Ezequiel 34:1-6 [8] 2 Corintios 2:17



No hay comentarios:

Publicar un comentario