miércoles, 29 de abril de 2015

Sólo una Iglesia pobre puede ser una Iglesia para los pobres.



José Manuel Vidal

Documento de los obispos españoles sobre los pobres y la crisis. Profético y arriesgado. Desde una Iglesia que quiere situarse como instancia de autoridad moral. Porque sólo así dispondrá de libertad para denunciar a los poderes políticos y económicos que crean empobrecidos. Un documento valiente, que sólo es posible, porque en Roma está el Papa Francisco y porque, en Añastro, ya no manda el cardenal Rouco Varela. Un documento que va a simbolizar el cambio de rumbo de la Iglesia española, que se lanza, con armas y bagajes, a la primavera de Bergoglio.

Sólo se puede edificar "Iglesia pobre y para los pobres" desde la pobreza. O dicho de otra forma, no hay ni puede haber Iglesia para los pobres sin Iglesia pobre. Este principio básico y radical en la eclesiología de Francisco comienza a hacerse carne en la jerarquía española.

Tras mirar durante décadas hacia el lado de la defensa de los privilegios (que algunos prelados siguen llamando 'derechos'), los obispos españoles quieren pasar página. Y comienzan a hablar de una Iglesia pobre, es decir sin privilegios ni prebendas. Sin dineros. Sin áticos ni palacios. Con sueldos de crisis. Y volcada en la solidaridad y en los preferidos de Cristo: los más pobres.

La mayoría de la Iglesia ya venía viviendo en esa dinámica. Porque los curas, todos los curas españoles, no llegan a mileuristas. Curas, frailes, monjas y muchos obispos viven en una asuteridad espartana. Entre otras cosas, porque no pueden permitirse lujos y tampoco los quieren. La mala imagen de una Iglesia rica, prepotente, lujosa, ostentosa y despilfarradora (cuando tanta gente pasa hambre) la proyectaban unos cuantos miembros del alto clero.

Ahora, todos a una, alto clero y católicos de base apuestan por el servicio a los pobres. Al menos, teóricamente. Los obispos españoles no llegan al extremo de los patriarcas griegos de ofrecer sus activos para salvar al país, pero inician el camino de la solidaridad que, algún día, podría llevarlos a realizar gestos de esa envergadura. Porque, como acaba de decir el Papa, "las palabras sin el ejemplo son palabras vacías, son ideas y no llegan jamás al corazón, y es más, hacen mal".

Por ahora, los católicos se conformarían con que sus obispos dejen de aparentar que viven como grandes y viejos ricos. Para eso, tienen que abandonar sus palacios. Grandes palacioss por dentro y por fuera. Monumentos, a los que los pobres ni se atreven a entrar. Que por muy austeros que sean sus inquilinos, sólo su apariencia grita a los humildes: ¡No sois los bienvenidos!

Tras el Concilio Vaticano II, se llevó a cabo, en muchas diócesis españolas, la dinámica de que los obispos abandonaron los palacios y se fueron a vivir a los seminarios o a simples pisos. Con la restauración, el proceso se invirtió y los obispos regresaron a los palacios.¡Es hora de volver a seminarios, conventos o simples casas, donde los pobres no se sientan intimidados a entrar!

Si el Papa vive en una especie de residencia sacerdotal, los obispos no pueden seguir viviendo en palacios. Si el Papa va en pequeños utilitarios, los obispos no pueden circular en Audi o Mercedes. Si Francisco lleva su propio maletín, los obispos no pueden disponer de chófer, secretario y monjas a su servicio. Obispos pobres para los pobres. No obispos príncipes.

José Manuel Vidal

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