domingo, 8 de mayo de 2016

Vivir para servir, también sirve para vivir.



Albert Schweitzer - aún hoy criticado por su teología- renunció a una vida exitosa para servir a los explotados. Pocos teólogos vivirían hoy por amor a otros como hicieron él y su esposa en Gabón.



Óscar Margenet 


La sana doctrina1 fue alentada por los apóstoles de Jesucristo desde el día de Pentecostés. En su defensa, el apóstol Pablo escribió sus cartas pastorales, en las que nos insta a vivir el Evangelio cada día de nuestra vida; única manera de marcar diferencias con las falsas doctrinas de avaros 2. 

Porque hacer teología no es teorizar sobre la Revelación sino plasmarla en acciones de amor puro, en este artículo hablaremos de Albert Schweitzer 3, el médico-misionero del siglo XX, cuya versátil personalidad integraba múltiples talentos.   

Escribió libros sobre Jesús y su obra 4, en los que presenta al Hijo de Dios como un hombre poseedor de un secreto que todos deberíamos conocer para vivir vidas trascendentes. Por razones de espacio y por considerarlo una excelente síntesis he adaptado un escrito del médico e historiador venezolano Eliéxer Rafael Urdaneta Carruyo titulado “Albert Schweitzer: el hombre como símbolo.” 5 

Estudió diferentes disciplinas y en todas fue brillante: Filosofía, Teología, Música y Medicina; además, fue un gran erudito sobre la obra de Bach, de Jesucristo y de la historia de la civilización. Esta conjunción poco frecuente del pensador con el hombre de acción y del humanista con el científico y el artista ha hecho de Schweitzer un centro de polémicas hasta el día de hoy. 

En marzo de 1913, después de arreglar inconvenientes burocráticos debido a que el matrimonio era alsaciano y luterano y Gabón, una colonia francesa y católica, emprendió su viaje de Günsbach a la entonces África Ecuatorial Francesa, acompañado de su esposa Helena Bresslau. Casados desde 1912, Helena sería su inseparable compañera y enfermera abnegada hasta su muerte. 

El 16 de abril, remontando el río Ogooué, consiguieron llegar al asentamiento europeo más remoto, prácticamente desconocido por el hombre blanco que hoy es famoso en todo el mundo, Lambaréné. 

Allí en la orilla del río, se instalaron, después de una larga travesía de más de 200 kilómetros por la costa, en plena selva tropical y virgen, al sur del ecuador, para construir su hospital. 

El paisaje evocaba la génesis del mundo; las nubes, el río y el bosque se difuminaban en el horizonte que daba la sensación de ser increíblemente antiguo. 

Durante la mayor parte del año, el calor era insoportable, la plaga fastidiosa y peligrosa, la humedad espantosa y todo aquello que la vista envolvía y podía abarcar estaba rodeado de nativos en la miseria más absoluta.   

Se encontró con negros que sobrevivían en la miseria física más espantosa. Venían del fondo de la selva con enfermedades para las que no tenían otro recurso que el curandero y la magia. A esa gente, había que acogerlas; había que curarlas y había que convencerlas, a pesar del recelo con que lo aceptaban, que se estaba haciendo una obra para ellos. 

Además, había que levantar de una vez un hospital que, aunque sencillo, pudiese brindar las condiciones necesarias para la realización del acto médico y había que realizar toda esa obra, ciclópea e inmensamente desproporcionada, con el esfuerzo físico de un hombre apoyado por una mujer. 

Allí, ambos se dedicaron, con ahínco, a construir, dirigir y administrar, el primer hospital de la misión en el cual atendió a más de 2.000 pacientes tan sólo durante el primer año. 

Lambaréné, por su parte, se transformó en centro de la redención de la raza negra.  Allí, poco a poco, se hizo realidad el extraordinario ensayo de tolerancia y convivencia humana en el corazón de África.

Dirigió ese hospital por más de cuarenta años, hasta su muerte, realizando en él la digna tarea de asistir a los enfermos africanos, desposeídos de todo. 

Este hecho, con el transcurso de los años, representó para Schweitzer una gran alegría interior al haber logrado algo más valioso que todo cuanto pensaba haber sacrificado. 

Schweitzer llevó a África una manera de pensar que el negro desconocía en el blanco. Actuaba como si solicitase perdón ya que consideraba que cuanto hiciera en beneficio de los nativos era saldar una deuda, representada por los males que el hombre blanco había causado al hombre negro. 

En la época de su llegada a África, los médicos eran muy pocos en ese continente y, en los escasos hospitales manejados por médicos militares, el número de camas reservadas a los africanos era ridículamente pequeño o inexistente. 

En las colonias de dominio británico, había un médico por cada 4,000 personas en Uganda, uno por cada 6,000 en Costa de Oro y uno por cada 12,000 en Nigeria. De allí, la enorme importancia médica del hospital que Albert Schweitzer decidió construir en Gabón en 1913. Por otro lado, el personal africano especializado que existía estaba concentrado en pocos países. En Nigeria, había 186 auxiliares de médicos formados en Dakar, 8 en Costa de Oro y 1 en Tanganica. 

Tanta era la escasez de personal sanitario en toda África que, aún en víspera de la segunda guerra mundial, el nivel sanitario seguía siendo deplorable ya que las tres cuartas partes de la población del continente sufrían desnutrición. 

En el crepúsculo de un día de septiembre de 1915, repentinamente, Schweitzer se hizo la pregunta: ¿Quién soy yo? Y se respondió a la vez: yo soy vida, que quiere vivir, rodeado de otras vidas, que también quieren vivir. Así acuñó la expresión respeto por la vida, idea que le serviría de base y de sostén para erigir sobre ella toda la moral schweitzeriana, una de las más valiosas con la que cuenta el hombre actual. 

De la aceptación de este hecho, surgió una moral verdaderamente sólida y valedera cuya base sustentó con palabras reverenciales por la vida. Entonces, reflexionó sobre el mundo y sobre sí mismo; percibió que cuanto le rodeaba, tanto plantas como animales y semejantes, amaban la vida exactamente como él y concluyó que todo lo que vivía era digno de respeto 6. 

Nuestra propia vida, según él, no se realizaría plenamente sino en la reverencia y el respeto por lo que ella significa para nosotros y para los otros seres vivos. La ética de la reverencia por la vida comprendía en sí misma el fundamento esencial del cristianismo: el amor, el sufrimiento, las alegrías y el empeño siempre por lograr el bien. 

Esta fue la base de esa nueva ética que Schweitzer proclamó al mundo a través de sus libros y conferencias. 

Su ejemplo desde el hospital Lambaréné caló hondo en la Europa de posguerra y años previos a la Guerra Fría. Por eso fue invitado numerosas veces a dictar conferencias en centros europeos. 

Por su visión y acción pacifista recibió en 1953 el premio Nobel de la Paz de 1952. No desaprovechó tales merecimientos para disertar contra el armamentismo en los años 1957 y 1958, cuando EE.UU. perfeccionaba la bomba nuclear con numerosas detonaciones bajo tierra en el desierto de Nevada. 

Este hombre, siendo ya maduro, renunció a la fama y a la gloria que había logrado como intelectual y músico para consagrar como médico su vida a los nativos olvidados de África. Su espíritu generoso en la acción le permitió penetrar en lo más recóndito del alma humana; su personalidad expresó en su más amplia dimensión, el deseo eternamente insatisfecho del hombre solitario frente a la inmensidad del universo. A través del ejercicio desinteresado de la medicina desarrolló su filosofía basada en el respeto por la vida. 

¡Vaya ejemplo de servicio en un mundo egoísta y materialista como el que vivimos! 

Podemos no estar de acuerdo con su antropocentrismo humanista, pero la grandeza de su obra radicó en lo que él hizo en favor de los demás para que los demás pudieran hacerlo por otros. Su singular ejemplo representó una fuerza moral en el mundo, mayor que la de millones de hombres armados para la guerra. 

Por su obra filantrópica en África durante más de cincuenta años y por su amor profundo hacia todos los seres vivos; se transformó en una leyenda perenne como el médico de Lambaréné. 

‘Quien no vive para servir, no sirve para vivir’ es una frase atribuida a Agustín de Hipona (c.400) que sirvió de inspiración a otros consagrados a servir al prójimo 7. 

El Señor nos ayude a ver en nuestra generación materialista la tremenda necesidad que Albert Schweitzer descubrió entre los africanos, y guiados por su ejemplo, movidos por nuestro amor a Jesucristo y su obra incomparable sirvamos a nuestros contemporáneos. Ése es Su deseo 8.   

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Notas 

Ilustración: una vista actual del hospital construido por los Schweitzer en Gabón, en el ecuador africano. La foto del matrimonio con niños en brazos es tomada de http://www.galenusrevista.com/Albert-Schweitzer.html. 01. Sana doctrina es una expresión paulina que define al Evangelio de Jesucristo tal como está expresado en el Nuevo Testamento, sin agregados provenientes de tradiciones humanas. 1ª Timoteo 1:10; 2ª Timoteo 4:3; Tito 2:1. 02. 2ª Timoteo 3:2; comparar con 2ª Pedro 2:3. La falsa doctrina de ‘la prosperidad’ es predicada por avaros. 03. Nació en Kaysersberg, Alemania, luego Alsacia francesa, en 1875; murió en 1965 y su tumba está en Lambaréné. 04. ‘El secreto histórico de la vida de Jesús’, Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1967, es un ejemplo. 05. Obra publicada por la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina e Instituto Latinoamericano de Bioética y Derechos Humanos. 06. Salmo 150:6 ‘Todo lo que respira alabe a JAH. Aleluya’. 07. Robert Baden Powel (1857-1941) militar inglés fundador del movimiento mundial denominado Scoutismo, en 1922, que cuenta actualmente con 40 millones de practicantes (‘boy scouts’ y ‘girl scouts’); oriunda de Macedonia, Agnes Gonxha Bojaxhiu (1910-1997),Teresa de Calcuta, o más conocida como ‘Madre Teresa’ fundó la obra Misioneras de la Caridad (Calcuta) en 1950. 08. Mateo 5:13; Lucas 22:26,27; Juan 13:14-17; comparar con Malaquías 3:17,18 y Romanos 12:10.

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